XXIV
En noviembre de 1965 falló el Tribunal Supremo.
Romualdo había llegado con malas noticias. Hacía varios meses que doña Margara estaba postrada en la cama y apenas si comía. El médico había dicho que a sus noventa años ya poco se podía hacer; tan sólo que los últimos días fueran más llevaderos. Tenía que seguir tomando las pastillas para dormir y sobre todo para no tener las pesadillas que muchas noches la despertaban fuera de sí. La cueva seguía siendo el sueño más recurrente. Tan sólo Sacramento podía adivinar el porqué, pero no se lo había querido decir a nadie, ni siquiera a su hermana ni a su marido. Ese iba a ser el secreto que se llevaría su madre a la tumba, y ella, desde luego, no lo iba a divulgar.
- Siento mucho que vuestra madre se encuentre tan mal, por eso es mejor que ella no sepa lo que os vengo a comunicar. El Tribunal Supremo ha dictado, por fin sentencia, y desgraciadamente ha confirmado la del Tribunal Superior de Justicia, que les daba a ellos la razón.
- ¿Y ya no podemos recurrir más?
- No, ya no es posible presentar ningún recurso... Ha confirmado que el Solar será para los otros hijos de vuestro padre. También les ha adjudicado varias fincas que eran de sus bienes privativos. Han aceptado la valoración que habían hecho sus abogados de las propiedades que existían cuando murió vuestro padre y han decidido que con esta adjudicación se hace una partición ecuánime, teniendo en cuenta todas las fincas que vosotros habéis vendido. No ha sido posible hacerles considerar la posibilidad de que esta casa fuese dividida en partes iguales para todos los hijos... La sentencia será publicada el mes que viene y la ejecución de la sentencia será firma en ese momento. Entonces tendréis que abandonar la casa... Vuestra madre, también...
Pensaron cómo dar la noticia a doña Margara. Sabían que salir del Solar sería la muerte para ella, por eso quisieron evitarla la noticia.
Acordaron que era mejor decirle que el médico había recomendado que pasara unos días en el piso de la capital mientras duraba el frío del invierno que ya se acercaba.
Pero ella había oído a Romualdo y quiso saber las noticias. Su mente todavía era lúcida y, sobre todo, había desarrollado una rara sensibilidad para detectar cuándo la querían engañar.
- Tenéis que decirme la verdad. ¿Se sabe ya algo del Tribunal Supremo? ¿Les han dado a ellos la razón? ¿Qué les tenemos que pagar?
- No se preocupes, madre. Usted no tiene que preocuparse por nada... Nosotras lo solucionaremos todo...
- Sería la primera vez que vosotras solucionabais algo en vuestra vida...
La habían tenido que incorporar en la cama, poniéndola detrás varias almohadas para que pudiese mantener sentada. Su nieta le acercó el vaso con agua de azúcar que tenía sobre la mesilla, para que se mojase la boca que se le estaba quedando reseca.
- ¡Decidme la verdad! Estoy preparada para escucharlo... ¿Cuánto les tenemos que pagar?
- No madre, no es eso... No es cuestión de pagar nada...
- ¿Qué es lo que quieren, entonces?
- El Juez ha dicho que el Solar es suyo...
- Nos tenemos que marchar todos de aquí... usted también...
José bajó a buscar al médico, quien le puso una inyección que pareció hacerle efecto, porque su respiración se hizo más rítmica y la tensión arterial volvió a los parámetros normales.
Durante los días siguientes no volvió a hablar. Se mantenía con los ojos abiertos fijos en el techo de la habitación. Las hermanas se turnaban para dormir a su lado por las noches, que las pasaba sobresaltada, agobiada por las pesadillas que seguían acosándola. El médico dijo que su vida se estaba agotando y que sólo el sacerdote podía dar sosiego a su alma.
Desde que había quedado postrada en la cama, el párroco acostumbraba a pasar por el Solar casi todos los días. Cuando entró ese día en la habitación y se acercó a la cama para preguntarla cómo se encontraba, al contrario que los demás días que no había respondido, hoy, en voz casi inaudible, pidió confesión.
Don Pablo, dijo a todos que salieran de la habitación y se quedó a solas con ella.
Fueron más de veinte minutos. Las hijas, José y sus dos nietos esperaban en la salita contigua.
Salió don Pablo quitándose la estola morada que se había puesto sobre la sotana. Besó la cruz que había bordada en uno de los lados y mientras la doblaba, dijo que entraran en el dormitorio porque ella quería decirles algo.
- No, vosotros los niños, no. Solo José y sus dos hijas. Vosotros quedaros aquí conmigo.
Tenía los ojos extraviados y respiraba con dificultad. Cuando los vio entrar en la habitación, extendió los brazos hacia sus hijas...
- Venid... tengo que confesaros... algo...
- Madre, no hable usted... no hace falta que diga nada...
- Es mi hijo... mi pobre Nicolás...
- Por Dios, madre, no piense ahora en eso....
- Sacra tiene razón, madre, ahora sólo tiene que estar tranquila... nosotras estamos aquí a su lado...
- Yo... mi hijo... no lo mataron... perdóname Dios mío... per...dóna...m...
Abrió los ojos como si fueran a salirse de sus órbitas. Un ronquido que parecía salir de lo más profundo de su alma se ahogó en su garganta. Dobló la cabeza sobre el almohadón y dejó de respirar. La boca dibujó una mueca que denotaba angustia y desesperación. Las dos hijas empezaron a llorar.
- ¿Qué habrá querido decir, Sacra?
- Nada... sin duda estaba delirando...
FIN DEL CAPÍTULO XXIV
El último capítulo, el sábado día 10 de abril.
¿TE LO VAS A PERDER?
Para continuar leyendo la novela:
pincha en
"ENTRADAS MÁS ANTIGUAS"
Para continuar leyendo la novela:
pincha en
"ENTRADAS MÁS ANTIGUAS"