"Un fácil 10 en catolicismo obvio, por muy descreído que se sea, ayuda mucho a subir la media".
En mi corta o larga (según con qué se compare) vida de laico he visto de todo (o casi): amigos perfectamente ateos casarse por la Iglesia (y la más grande); familiares que presumían de no saber la diferencia entre la comunión y unción de enfermos bautizar a sus hijos con mantilla bordada por la abuela; votantes de la alternativa más republicanamente radical mentir en el empadronamiento para obtener una plaza en el muy religioso, elitista y (atentos, que vienen curvas) concertado colegio del Pilar de Madrid, y, lo último, becados del Cesic y lectores de Hitchens insistir a sus vástagos en que, en vez de tecnología o dibujo técnico, escojan Religión entre las optativas de Bachillerato. Ya se sabe (y ellos, los investigadores en precario, más), el currículo es importante y desde que la Lomce está en marcha, un fácil 10 en catolicismo obvio, por muy descreído que se sea, ayuda mucho a subir la media. Cuando me contaron esto último (entre risas) súbitamente lo entendí todo. Por un momento estuve tentado de elaborar una concienzuda tesis sobre la debilidad de las creencias o sobre la hipocresía de la izquierda o sobre la madre que parió (con perdón) a los curas. Pero se me pasó pronto. «Ya escribiré una columna», pensé.
Entiendo que con la misma naturalidad con que el propietario de una offshore insiste en que todo es legal (la abrió, dice, para pagar -atentos, más curvas- una deuda con Hacienda), o con el gesto asertivo con que un ministro hace malabarismos con sus explicaciones (Soria acabará por confesar que su padre no es suyo), o con la contundencia con que una lideresa se muestra dispuesta a sanear su partido tras amparar todos los casos de corrupción imaginables; entiendo, decía, que con esos mismos modales tan españoles entre lo obvio y lo arrogante, podemos renunciar fácilmente a lo que creemos por pura vagancia. Qué más dará. Quizá ahí esté el quid. Nos pasamos demasiado tiempo pensando quiénes somos, qué pensamos, contra quién vamos y, a la hora de la verdad, lo que importa es la media. ¿No será mejor hacer lo que todos y no pagar el IVA? Para qué molestarse.