Yo soy un soñador. Pero no “uno que imagina que son ciertas o posibles cosas, generalmente buenas y agradables, que solo existen en su mente y que es improbable que sucedan o que difieren considerablemente de la realidad existente”; no. Soy un soñador, o sea que sueño casi todas las noches cuando duermo, y lo que es peor, que a la mañana siguiente me acuerdo de lo que he soñado.
Y eso no siempre es agradable, porque se suelen soñar cosas ilógicas y extrañas, casi siempre sin mucho sentido y desgraciadamente no tenemos a nuestro lado a uno como José, el hijo de Jacob, que nos explique lo que significan esos sueños como él hizo con el Faraón.
Sin embargo la otra noche soñé con la posada, con la casa donde yo nací, en el número 5 de la calle Morata, que antes de ser Museo Etnológico, fue la posada que fundara mi tatarabuelo y después la casa familiar de la Familia Carrasco.
Cuando mi abuelo Manolo trasladó la posada a la Plaza, allí se hicieron las viviendas de los hermanos Carrasco. Paula, casada con Julio Garcia, Gregorio y Tomasa, mi Padres Francisco y Lucia que habitaron la vivienda de mi abuelo, y las otras dos viviendas, de Soledad que se había casado con Luis Ortego que vivían en Fuencarral, y de Felix, que vendieron a Tomas Olivar y a Paula y a Enrique Garcia y su mujer María Andresa.
La otra noche volvieron a mi mente aquellos años de mi niñez, y los viejos fantasmas se hicieron presentes, llenando la antigua posada de vida.
Mi tía Paula a la que yo llamaba Tola, porque no sabía pronunciar su nombre, que nos recibía a toda la familia el día de Nochebuena, y después de cenar jugábamos al cuco. El tío Gregorio, siempre ponderado y serio; y los más jóvenes, Antonio y Enrique; Rosario y Mary, Tomasito, que murió muy joven en un accidente de moto y su hermana María, que después se casaría con Paco Santiago; y Paqui y Jesús, y también mis hermanos y yo, que éramos de los más pequeños de todos.
En mi sueño, volví a recorrer el patio con sus columnas, los corrales y la corraliza donde había dos higueras, las cuadras, las leñeras donde nos escondíamos jugando al “rescatao”, y los pajares y la cueva donde se ponían las botellas de vino a refrescar, y el pozo, y las cámaras con sus trojes donde se guardaban la cebada y las frutas, las zafras para el aceite, donde se colgaban los racimos de uvas para que se hiciesen pasas y donde había clavos en las vigas del techo para colgar los melones que así duraban hasta las navidades. Y las cuadras que también tenían una corte para el marrano, al que había que hacer el pienso con salvado y agua y que había que limpiar muy a menudo... Y también había una puerta por la que se entraba al lavadero del Pilar, donde bajábamos para subir el agua para el ganado.
Porque también estaban los animales; que formaban parte de esa gran familia... estaban las mulas, la “Catalana” y la “Mohína” y estaba el perro “Cantinflas” al que no gustaba demasiado jugar con los más pequeños, porque le hacíamos mucho de rabiar....
La posada conserva aún hoy la misma estructura de aquel entonces aunque las viviendas hayan cambiado de uso, y ahora haya un museo etnológico, una academia de baile y una casa rural, precisamente en la casa donde yo nací.
Así que esa noche lo pasé muy bien recordando a toda mi familia aunque ya han pasado muchos años y son muchos los que faltan.