Siempre dijeron que tenía mucha imaginación, que lo suyo debía haber sido la literatura y no la medicina, que vivía en un mundo imaginario y feliz: pero también reconocían que con ello hacia la vida más agradable a los que vivían a su alrededor.
Y ya desde pequeña dio suficiente muestras de esa imaginación desbordante. Cuando su padre la obligó a empezar la carrera de medicina, ella lo pudo soportar gracias a las fabulaciones que se hizo viéndose como una aguerrida enfermera en los desiertos del Gobi, curando a los pobres mongoles. (Ella no se podía contentar con ir al Sahara para curar a los tuaregs, porque eso era demasiado evidente y estaba demasiado cerca para su mente aventurera y su imaginación desbordada).
Luego, ya en el ambulatorio, sabía "recetar" a todos sus pacientes unas buenas dosis de ilusión, consciente de que no eran más que un placebo, pero que eran infinitamente más eficaces que cualquier tratamiento tradicional, y mucho más barato para la Seguridad Social.
Sabía sacar siempre el lado bueno de las cosas, y en su mundo de fantasía lograba acoger a todos los que se acercaban a ella. Algunos decían que era una ilusa, que vivía fuera de la realidad, pero "con sus cosas" hacia felices a su familia, a sus amigos y, sobre todo, a sus hijos que estaban encantados con las ocurrencias de su madre.
También, cuando los tiempos no fueron buenos, fue capaz de utilizar su fantasía y su imaginación para hacerlos más llevaderos. Ella sabía que solo con optimismo se podía sobrevivir en esta vida que ella había decidido vivirla con su innata fantasía, más que nada para justificar su sobrenombre de SINFOROSITA "LA FANTÁSTICA".