Y como despedida, ya que estamos a punto de celebrar la noche de San Juan, os dejo la narración de una noche de San Juan en Denia, en el año 1936. Es un capítulo de mi novela "RECONDO" en el que se recrea la tradición de las hogueras en las noche de San Juan en esta población.
Lo he titulado:
LA NOCHE DE SAN JUAN EN DÉNIA DE 1936.
(De la
Novela “RECONDO” de Manuel Carrasco Moreno.
"Aunque
no era la primera vez que venía a Denia; ya lo había hecho en varias ocasiones,
le volvió a sorprender la luz que contrastaba con la de su Recondo. El mar, la
playa, los barquitos de los pescadores, los bueyes uncidos camino de las
huertas, y sobre todo la bruma que todas las mañanas parecía desprenderse de la
línea del horizonte hasta dejar el cielo azul y limpio en estos primeros días
del verano eran un contrapunto a los pardos cerros de su pueblo, que solo se
adornaban con los apagados verdes de los olivos, y el amarillento de las mieses
que ya se estaban cosechando. El olor a azahar mezclado con el del salitre del
puerto no se parecía en nada al de los ajos en recolección o al reseco de las
gavillas de trigo y cebada que llegaba de las eras en días de ventisca.
También
había una considerable diferencia entre la casa de sus tíos y el Solar de sus
padres; pero en esta ocasión, demasiado favorable a su casa de Recondo. Sus
tíos vivían en una humilde casita de una sola planta en el número tres del
Carrer de Bitibau, en lo que se conocía como barrio de los pescadores, muy
cerca del puerto de Denia.
Era
una casa sin apenas comodidades, una puerta de madera partida en dos partes
horizontalmente, por la mitad. Un portal de entrada con la cocina a la derecha
y tres habitaciones a la izquierda. Al fondo un patio en el que había un
naranjo, una parra y un chamizo para guardar algunos aperos de labranza y las
artes de pesca. Redes con relingas, arcos de madera o alambre; las jaretas,
garrafas y mamparras. También, convenientemente colgados en las paredes los
aparejo de pesca; cordeles con anzuelos y otros dispositivos. Palangres,
poteras y nasas que eran los utensilios que a diario utilizaba Vicentico.
En
otro rincón, las azadas, los rastrillos, los bieldos, los serones, las
podaderas, y demás utensilios utilizados en la huerta, a disposición del tío
Eustaquio y del joven Chimo.
……
….
Cuando llegó a Denia, mirando las olas que llegaban
mansamente a la playa fue como si se le abriesen los ojos y su vida en Recondo
no fuese nada más que una pesadilla que se desvanecía al despertar. Los colores
brillantes del mar, las palmeras dando su sombra a la arena dorada de la playa,
los barquitos pintados en colores chillones que se acercaban al puerto, las
gaviotas pardas pero reflectando los rayos del sol eran una escenario distinto
y distante de lo que hasta ahora había sido su vida. Todos sus sentidos
parecían que se abrían a un nuevo y desconocido mundo de sensaciones que hacían
revivir su dormida sensualidad.
Se había quitado las sandalias y caminaba por la orilla
de la playa, pisando la arena y recibiendo la caricia del agua que iba y venía
arrastrando las algas y las pequeñas conchas vacías de los berberechos y las
caracolas. El sol le bañaba la cara y tuvo que traerse el pelo hacia la cara
para que no le cegase los ojos. A su lado Vicentico le cogió la mano y
caminaron hasta que el puerto de Denia se ocultó detrás de uno de los recovecos
de la playa. La luz del crepúsculo se empezaba a teñir de rojo y las sombras se
hacían violetas; ella se olvidó de Recondo y a su primo Vicent le pareció que
era realmente guapa.
Unas noches después se celebraban las "fogueres de
San Joan" Era la noche más larga del año y en Denia era costumbre ir toda
la familia a cenar en la playa para dar la bienvenida al solsticio de verano.
Esta noche se unirían con la familia del señor Pere, el
patrón de Vicent y su familia. Su esposa, sus dos hijos, Manuel y Pere y su
hija Roseta. Así Petronila tenía ocasión de de conocer a otros jóvenes de su
edad, y la tía Jacinta podía presumir de su familia rica de Recondo. Aunque el
pescado lo llevaría el señor Pere, Vicent había seleccionado unas clóchinas que
su madre coció en casa, Chimo había preparado los primeros tomates y las
últimas naranjas de la temporada, el señor Eustaquio y la señora Jacinta se
habían encargado de que todo estuviese preparado para que su sobrina pudiese
disfrutar de una fiesta en la que todos tenían que realizar unos ritos que
harían cumplir los deseos que cada uno pidiese en esa noche mágica.
Era el día de recoger todos los trastos inservibles de
la casa para quemarlos en la playa. Después de cenar, cuando el reloj marcase
las doce en punto habría que saltar por encima de la hoguera y después
zambullirse en el mar.
Y si era posible cogidos de la mano del novio o de la
novia, que así se garantizarían felicidad para todo el año.
Era cierto que Petronila no había vivido nunca una noche
como ésta. Pero el rito no le era totalmente desconocido, porque allá en
Recondo, la víspera el Corpus Cristi también se hacían hogueras por las calles
que al día siguiente recorrería la Procesión del Santísimo. Allí también se
sacaban todos los trastos viejos para que se consumiesen en la hoguera,
mientras los jóvenes saltaban entre las llamas. Sólo ellos; las mujeres se
limitaban a ser espectadoras de un espectáculo en el que las llamas con sus
lenguas rojas y amarillas iluminaban sus rostros siempre fijos en los mozos que
tenían la oportunidad de presumir de valor delante de las novias o de las mozas
que es gustaban.
Esa noche, Petronila se puso debajo del vestido el
bañador que le había comprado su madre en la Mercería de la Plaza.
Lo estrenaba esa noche, porque en Recondo no había
oportunidad para los baños y sólo se bañaban en el río o en las acequias los
mozos, y generalmente desnudos. Las señoritas, nunca.
Los trajes de baño eran, posiblemente, la prenda más
incómoda de vestir.
Llegaban hasta la rodilla y aplastaban terriblemente el
pecho; estaban hechos de algodón que mojado pesaba una barbaridad y chorreaba agua
durante un buen rato después del baño. Los había sin mangas, y con una pequeña
manguita que llegaba hasta casi el codo. El suyo era de color azul oscuro y con
la manga, porque a doña Margara le había parecido el otro demasiado atrevido, y
una joven "hija de María" no podía ir por ahí enseñando su cuerpo,
como una cualquiera. También Roseta su había puesto el suyo, aunque ninguna de
las dos se quitó el vestido hasta que no llegó la noche.
Los jóvenes se habían ido a la caída de la tarde para
coger sitio en la playa de las Marinas. Cerca de las diez llegaron los mayores
y se empezaron a prender las hogueras. Sentados en el suelo, se iban pasando la
comida y la bebida rodeados por las familias de amigos que se iban acomodando
poco a poco, ocupando toda la playa.
Los jóvenes se arremangaron los pantalones, ellas se
quitaron por fin el vestido y se quedaron en bañador. Petronila no se atrevía a
mirarse y pensaba que era el centro de las miradas de todos los jóvenes que
brincaban y reían mientras iban saltando de hoguera en hoguera. Los mayores,
sentados en la arena, seguían bebiendo mientras reían con las ocurrencias de
los jóvenes.
Era la media noche. Era la hora de entrar en el agua
para que las olas del mar cumpliesen con el rito de la purificación. Muchas
chicas se habían quitado el vestido y medio desnudas saltaban entre las olas y
se besaban con los chicos que debían ser sus novios. Otras como Petronila sólo
se atrevían a cogerse de la mano de sus familiares para participar en este rito
iniciático de agua y fuego. A la luz parpadeante de las hogueras y de una luna
medio escondida entre la bruma del mar, los cuerpos de los jóvenes rendían su
tributo al hedonismo y a la sensualidad. Petronila experimentaba en cada uno de
los poros de su cuerpo unas sensaciones hasta ahora desconocidas que turbaban
su mente y que llenaban su alma de satisfacción y su cuerpo de energía.
La brisa de la noche se iba haciendo más insistente y
era hora de ir pensando en marchar a casa. Era la última vez de entrar en el
agua. Tropezó y una ola cubrió su cabeza. Alguien se acercó para ayudarla y
sintió el roce de un beso en sus labios. Nunca supo quien había sido, pero
mientras se secaba aquella noche junto a la hoguera, pensó que algo así debía
de ser la felicidad”…
Lo dicho: ¡FELICES VACACIONES!
y ¡¡ADIOS!!
y ¡¡ADIOS!!