Eran los primeros años del posfranquismo y todavía era presidente del Real Madrid don Santiago Bernabeu. Por los campos de fútbol empezó a pulular un intrépido reportero que, al no poder distinguirse por su apellido, que era bastante común, se enfundó un chubasquero de color naranja para llamar la atención. A don Santiago, que como se sabe, era bastante socarrón y ya estaba de vuelta de casi todo, no le cayó demasiado bien aquel jovenzuelo poco respetuoso y descarado y le bautizó como “el butanito”, por la coincidencia de su indumentaria y su pequeña estatura con las, entonces omnipresentes, bombonas de gas.
Eso le dio más fama y, en poco tiempo, se convirtió en referencia de la información deportiva. Se autoproclamó paladín de la libertad de expresión y abanderado de la verdad, y se embarcó en sagradas cruzadas para la liberación de la honradez deportiva, en contra de los directivos “chupópteros” que se aferraban a sus poltronas. Su forma descarada y trasgresora de afrontar la información, cautivó a millones de radioyentes que no dudaban en pasar sueño para estar informados de los escándalos que levantaba el nuevo “gurú”, en su programa de madrugada.
Utilizando la vieja técnica de las verdades a medias y aprovechandose de las informaciones de los ocasionales aliados, a los que se unía mientras le eran útiles, fue escogiendo cuidadosamente a sus “enemigos” para mantener el interés de sus oyentes, con el objetivo claro de conseguir año tras año los contratos más sustaciosos de la radio española.
Argumentaba su credibilidad en la posibilidad de sus víctimas de recurrir a los tribunales de justicia, sabiendo que la lentitud de los trámites les daban suficiente margen de maniobra para seguir engrosando, mientras tanto, su cuenta corriente, y en caso de ser condenado -como ocurrió en varias ocasiones- había pasado tanto tiempo que su reputación no se resentía demasiado y las indemnizaciones que tenía que pagar, resultaban rentables.
Pasó el tiempo y tuvo la tentación de dedicarse al periodismo político, pero aquellos tiempos no estaban, todavía, para muchas licencias y, poco a poco, su estrella fue palideciendo. Entre sus muchos méritos, hay que destacar el de haber sido lo suficientemente inteligente para saber sus limitaciones en su capacidad literaria y dedicarse exclusivamente al periodismo hablado, en el que llegó a crear escuela.
El espíritu del “butanito” caló en los jóvenes estudiantes de periodismo y en todos los ámbitos se iniciaron unos modos más trasgresores, que se iban alejando de la cortesía y las buenas maneras que habían imperado en la información.
Cada vez más, importaba menos la calidad que la agresividad. Y como eso vendía, la ley suprema del mercado dio el banderazo de salida en la gran carrera para captar cuotas de audiencia que, a la postre, se traducía en contratos más rentables para los profesionales.
Y nos fuimos acostumbrando a estas nuevas formas: los educados eran considerados horteras; los respetuosos, carcas, y los eruditos, repelentes. Y los asesores de imagen pensaron que esta nueva imagen de “hombre trasgresor” podía ser rentable también en política.
El experimento lo quiso reactivar, años después, José María Aznar, pero a Francisco Álvarez Cascos le faltaba, al menos, el salero de Sevilla.
Los emisores eran, muchas veces, creadores involuntarios de la noticia. Pero, cada vez más, fueron apareciendo emisores que buscaban trasmitir “su” noticia, porque ello le reportaba beneficios.
Los trasmisores eran los que determinaban, generalmente, si la noticia era o no digna de ser anunciada; aunque esto cada vez es más difícil de llevar a cabo, cuando los “amos” deciden las noticias que conviene trasmitir.
Los receptores de la información, a la postre, siempre pueden determinar si lo que reciben es digno de ser tenido en cuenta; aunque ésto no siempre es posible, si los profesionales son capaces de manipular la información de forma que llegue a los destinatarios de una forma subliminal, dificilmente perceptible por la mayoría.
Y está, por último, el hecho noticiable, la noticia misma. Cuentan en las escuelas de periodismo que no es noticia que un perro muerda a un hombre, pero sí que un hombre muerda a un perro. Hay noticias importantes, curiosas, extravagantes, amables, románticas, meteorológicas, deportivas.... pero todas ellas tienen que tener una condición imprescindible, que sean verdaderas. Si no, podrán ser una calumnia, un infundio, una broma, un bulo, un rumor... pero, nunca, una noticia.
Por lo tanto, lo primero que debe reclamar el destinatario de la información a los emisores y a los trasmisores es que lo que le trasmiten sea verdad. Esto, que parece obvio, no está tan claro en la realidad. Para comprobarlo podemos, cualquier día, comprar varios periódicos y veremos con estupor que una misma noticia se cuenta de forma muy diferentes en función de las fuentes y, sobre todo, de los medios. Vemos cómo se sacan de contexto las opiniones y se manejan partidistamente las informaciones, mutilando descaradamente la información completa para adecuarla a los intereses del que emite o trasmite la noticia. Y muchas veces, el receptor no tiene acceso al conocimiento de toda la realidad o buscarla suponer un esfuerzo que casi nadie está dispuesto a realizar.
Y es que estos programas son todo un ejemplo de mala educación, de nula condescendencia, de ínfima cultura, de falta de respeto... pero ¿qué podemos esperar de las personas que los dirigen y de los que participan? Sin duda que poco más. Aunque es de justicia admitir que algunos, en ocasiones, tienen algo de gracia, algunos son ocurrentes, y los hay hasta que son simpáticos... y deben ser divertidos si tenemos en cuenta que tienen mucha audiencia.
En todos estos programas se asegura que quieren buscar la “verdad” y el mayor baldón que se puede lanzar a un contertulio es el acusarle de embustero. Pero ya hemos dicho que suelen hacer lo contrario de lo que dicen, y en la práctica, lo que menos importa es la verdad si la noticia es lo suficientemente escandalosa. Se admite el testimonio de cualquiera sin ninguna comprobación de su veracidad y la audiencia sabe que la mayoría de las cosas que se dicen son mentiras. Y eso sí, ya empieza a ser algo grave.
Pero como hay muchas horas de emisión y muchas emisoras es necesario llenarlas con noticias, para lo cual se recurre a dar vueltas y más vueltas a hechos sin demasiada trascendencia, y sin importar ni su autenticidad ni su importancia.
Pero lo que ya es totalmente inaceptable es que se han declarado herederos del butanito, también, los políticos. Es lamentable ver a esos sesudos y provectos padres de la patria dedicados al insulto permanente a sus “enemigos”. Es demasiado grave, ademàs, que no les importe mentir descaradamente y que el único argumento utilizado sea precisamente acusar de mentiroso al contrario. Saben que en los pocos segundos que los medios les van a facilitar no es posible hacer una argumentación de sus tesis, y recurren, simplemente, a decir que lo que dice el oponente es mentira, porque saben que si lo repiten mucho, al final los oyentes se lo van a terminar creyendo, aunque sea mentira. Y eso sí que es grave.