Hace unos días me llamaron del Centro de Salud de mi barrio para darme hora para la vacuna. Desde hacía días estaba esperando la llamada y me puse muy contento porque ya habían llamado a casi todos mis amigos y vecinos y ya pensaba que se habían olvidado de mi. El día de la cita, acompañado por mi mujer, acudí puntual, porque para estas cosas hay que ser cívico y no hacer esperar a los sanitarios.
Todo resultó bien y conforme a los protocolos, solo me dolió un poco el pinchazo y después del cuarto de hora de espera recomendado, volvimos para casa.
Veníamos tan contentos y cuando entramos en casa no advertimos nada extraño. Pero al salir a la terraza, comprobamos con estupor que nos habían okupado el aparato del aire acondicionado.
Efectivamente, una pareja, que lo había preparado desde unos días antes sin que nosotros lo advirtiésemos, habían puesto allí su nido.
Eras dos palomas, dicho en el sentido inclusivo, o como se venía diciendo antes, una paloma y un palomo, a los que habíamos visto merodear por los alrededores habían ido recogiendo palitos hasta construir su nidito de amor, donde ella, depositó dos pequeños y blancos huevos.
A nosotros nos dio lástima y decidimos, después de un concienzudo análisis de la situación y un sosegado debate, respetar el hecho de facto y esperar pacientemente al nacimiento de los polluelos.
Diecisiete días después nos encontramos que los huevos se habían convertido en unos diminutos pajaritos sonrosados. Con el paso de los días fuimos viendo como uno de ellos crecía con normalidad, mientras que el otro seguía demasiado pequeño. Los padres palomos debieron pensar que era mejor cuidar a uno de los dos que malcriar a ambos y a los pocos días el más pequeño yacía muerto a un lado del nido.
Y así nuestra pequeña paloma siguió creciendo creciendo hasta hacerse cada día más grande con el cuidado de sus padres que solo le abandonaban cuando salían a buscar la comida y cuando nosotros nos asomábamos a los ventanales de la terraza.
Y veinticinco días después, vimos como los padre animaban a Rogelia... ( Se me ha olvidado deciros que a los pocos días de nacer decidimos bautizarla con el nombre de Rogelia, que no es que sea un nombre muy apropiado para una paloma, pero es el que se nos ocurrió, ¡que le vamos a hacer! ); decía que los padres palomos animaban a su niña a salir del nido y a que se atreviese a saltar al vacío para iniciarse en el vuelo.
Su primer vuelo fue a la terraza de al lado donde le esperaban sus padres; desde allí, al tejado de la Iglesia, que está enfrente, posiblemente para dar gracias a Dios por haber sobrevivido o quizás para bautizarse y cambiarse el nombre por otro más apropiado para una paloma.
Y aquí termina esta historia de okupas... hemos limpiado bien la terraza y hemos encargado unos pinchos para colocarlos en la terraza y así evitar que el año que viene otras palomas okupas pongan su nido en el aparato del aire acondicionado de nuestra terraza.