“Lo
siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir” Dos frases. Once
palabras. Apenas cincuenta y seis caracteres, (incluyendo espacios) pero en
ningún momento el Rey utiliza la palabra perdón, ni siquiera la de disculpas.
Todos
hemos podido ver la imagen patética de su majestad recitando estas once
palabras que sin duda había memorizado antes de salir de su habitación del
hospital, para no decir ni una más ni una menos. Once palabras que pronunció
después de otras palabras de agradecimiento a los médicos que le habían
atendido y a los periodistas que habían cubierto la noticia, y después un punto
y aparte para separar lo que iba a decir a continuación.
“Lo
siento mucho”. Punto. ¿Qué es lo que siente? ¿Haberse roto la cadera? ¿Que su
nieto se diese un tiro en el pié? ¿Que la Reina no volviese de Grecia al
enterarse de su accidente? o ¿Que todo el mundo se haya enterado de lo de su
viaje para matar elefantes?
Y
después la segunda frase: “Me he equivocado y no volverá a ocurrir”. Y punto
final.
¿En
qué se ha equivocado el rey y promete no repetirlo? ¿En no ser consecuente con
su propio mensaje de las últimas Navidades? ¿En no ser lo suficientemente
discreto para evitar que todo saliese a la luz? o ¿En no acostarse a una hora
adecuada para un anciano que ya no está para muchos trotes?
A
mí, cuando lo vi por primera vez me recordaba a los niños a los que se les
sorprende cuando han roto un plato y, mas o menos les dices: “¿No sabes que los
platos no son para jugar?” y ellos con cara de soberano cogido “in fraganti”,
te sueltan: “Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir”; aunque
tu sabes que, tarde o temprano, seguirán rompiendo platos.
Aunque
pensándolo bien, no había motivo para pedir perdón a nadie, porque sólo se
había hecho daño a sí mismo, y como mucho a la monarquía.