La historia de un gorrión. (Una fábula basada en hechos reales).
Nació a finales de junio, en el alero de
un tejado que hay en mi patio junto a un frondoso magnolio. De la camada de solo
tres huevos, nacieron tres preciosos pollitos a los que los papas gorriones les
dieron el nombre de ""Picochato" "Colachica" y al
tercero que nació unos días más tarde decidieron ponerle un nombre menos usual
en el santoral de las aves; decidieron llamarle "Blas", porque habían
oído que ese santo era el protector de las enfermedades de la garganta y ya se
sabe que un buen gorrión que se precie debe cuidársela para tener un canto
fluido y sonoro.
Los padres se cuidaron de alimentar a sus tres retoños y los dos mayores no
tardaron en hacer sus primeros pinitos volanderos saltando desde el alero del
tejado a las ramas del magnolio y en pocos días se fueron alejando, saltando a
una ventana cercana y a otros tejados más altos, hasta que emprendieron su
primer vuelo bajo la atenta mirada de los padres que asistían orgullosos a la
primera aventura de "Picochato" y de "Colachica"
Pero Blas era distinto. Era tímido, retraído y poco dado a la aventura. Por más
que sus padres le animaban, no se atrevía ni siquiera a asomarse al borde del alero.
Papá gorrión le dijo enérgico: - Pío,
pio, pio, piiio, que en idioma humano es como decir: ¡”No sea cobardica, Blas”!
La mamá, en cambio, no paraba de
quejarse: - Piio, piiiio, pío. Es decir, “No seas así, hombre, deja al chico
que haga lo que quiera”….
Yo no sé si por lo que le dijo su padre,
o porque se sintió con fuerzas, el caso es que aprovechando que sus padres
habían salido a cazar la comida, y haciendo un esfuerzo supremo de valentía,
quiso saltar del alero a una de las ramas cercanas, pero o le fallaron las
fuerzas o le falló el cálculo y el pobre Blas se precipitó sobre unos “dondiegos”
que había sembrados debajo del árbol, que impidieron que el joven gorrión se
rompiera algunos de sus tiernos huesecillos contra el suelo.
-Piiiiiooooo, dijo el pobre Blas, que
traducido quería decir, “Mamás ven volando que me he caído del nido”
Los padres acudieron lo más rápido que
pudieron y vieron que aparte del susto, a Blas no le había ocurrido nada.
Bajaron a su lado, le dieron un gusano que habían cazado, y le dieron
instrucciones de cómo debía emprender el vuelo.
-Pio, pio, piiiio, pioooo. “Trata de subirte
a un tiesto pequeño, de ahí a otro más alto, luego sube por las ramas y salta
al pilón…
-Piiiiiio, pio, pio, protestaba el
pequeño Blas queriendo decir que no podía volar hasta el tiesto más pequeño,
que lo había intentado y que era imposible.
Y así pasaron los tres días siguientes.
El pequeño Blas intentando, en vano, dar un salto que le encaramase al tiesto,
y los padres, desde los tejados y ventanas, animándoles con sus “pios” de ánimo
y bajando a su lado para hacerle una demostración de cómo lo tenía que hacer.
Al cuarto día lo consiguió y al quinto
logró alcanzar lo más alto del pilón. Los padres, llamaron a un petirrojo,
amigo de la familia, que había sido instructor de vuelo en la escuela, y se
acercó hasta el pequeño Blas para darle instrucciones.
Yo creo que fue al séptimo u octavo día,
el Pequeño Blas, logro dar un pequeño vuelo que le llevó a las ramas de una photinia
y ante los ojos asombrados de su padre, se levantó en vuelo, para sobrevolar
los tejados de la plaza.
Ahora Blas, unido a sus hermanos "Picochato"
y "Colachica" planea por el cielo azul, delante de la Iglesia de
Chinchón, ante la orgullosa mirada del petirrojo, que seguirá presumiendo de
haber enseñado a volar a un gorrioncito pequeño y tímido, al que sus padres
habían puesto el extraño nombre de Blas, y que había tardado demasiados días en
aprender a volar.
Nota: Las fotografía que acompañan la narración corresponden al pequeño Blas y a sus progenitores, tomadas durante los varios días que duró su aprendizaje antes de empezar a volar por su cuenta y son de m.carrasco.m