Los años habían pasado vertiginosos y nos volvemos a encontrar a nuestros héroes frisando los cuarenta y cinco ella y los cincuenta y dos él. Edgardo José, en este tiempo, ya ha perdido definitivamente el primer nombre y el acento del segundo junto con gran parte de su cabellera y luce una calva reluciente y un abdomen orondo que descansa sobre la hebilla de su cinturón.
Matilde no desentona en volumen con su marido, a pesar de que nunca ha abandonado las dietas alimenticias casi siempre con unos resultados que habrían desmoralizado a cualquiera con menos tesón que nuestra intrépida protagonista.
Su "estatus" social y económico ha evolucionado positivamente. Jose dejó la inmobiliaria y junto con su amigo Manolo crearon una empresa de reformas y mantenimiento que bautizaron con el sonoro nombre de REMAJOSA, que como habrán adivinado es la abreviatura de REformas MAnolo y JOse, Sociedad Anónima. El logotipo, inspirado en el de Agromán, se lo hizo un amigo suyo que estaba prejubilado y aunque no era demasiado original, al menos, les salió gratis.
Manolo desempeñaba las funciones técnicas como Director General y Director Financiero, Jose era el Director Adjunto y responsable del Departamento Comercial, Mati se había responsabilizado del Departamento Administrativo y Adela, la mujer de Manolo que había terminado la carrera de derecho en la Autónoma, se encargaba de los asuntos fiscales y legales.
En la empresa trabajaban también una secretaria llamada Gloria, dos administrativos y tres encargados de obras, como empleados en plantilla, y albañiles, carpinteros, transportistas, herreros, cristaleros, soladores, alicatadores, etc., etc., que se contrataban como trabajadores autónomos de acuerdo con las necesidades de cada momento.
Gracias a unos buenos contactos consiguieron contratas con el Ayuntamiento, con la Comunidad de Madrid y con varias Entidades Bancarias. Ultimamente, Cajamadrid les había adjudicado la reforma de 40 sucursales para adaptarlas a su enésima nueva imagen corporativa, con lo que se garantizaban el trabajo para los dos próximos años.
Su vida familiar era anodina y sólo las malas notas de Pepito y el mal carácter de Margarita eran los detonantes de esporádicos altercados domésticos que apenas empañaban la monotonía en que había entrado su relación.
En realidad, a los niños los había criado, prácticamente, Asunción, la madre de Jose, o sea, la suegra de Matilde; quien se hizo cargo primero de Pepito - para eso se llamaba como su marido - , y después de la pequeña Margarita que, muy a su pesar, se llamó como su consuegra. Realmente nunca había aceptado de buena gana el que su nuera se desentendiese de sus hijos bajo el pretexto de su imprescindible presencia en la empresa, pero su hijo se lo pidió con tanto énfasis que "entendió" que su aportación era fundamental para un normal desarrollo de sus nietos.
La otra abuela sufría, más o menos en silencio, la falta de consideración de su yerno que siempre tenía alguna excusa para no llevarle a sus nietos. Ella estaba convencida que era la bruja de su consuegra quien, en el fondo, tenía la culpa de todo, y hasta disculpaba a su hija porque no estaba en disposición de imponer sus criterios dada la situación.
El resultado es que Pepito, al que, afortunadamente, no le pusieron el primer nombre de su padre ni el segundo de su abuelo, fue un niño malcriado que tuvo siempre lo que quiso, y que cualquier contrariedad le hacía entrar en un estado de postración que le inhabilitaba para cualquier esfuerzo que no fuese el de divertirse. Su abuela Asunción siempre le defendía y procuraba ahorrarle cualquier disgusto. Su abuela Margarita nunca perdía la ocasión para decir que era tan inútil como su padre, que nunca había servido para nada, y que si ahora las cosas iban bien era porque, a su juicio, quien realmente era el alma de la empresa era su querida Mati.
La pequeña Margarita, tres años más joven que su hermano, había salido en casi todo a su abuelo materno, pero con mucha peor mala leche. Desde pequeña mostró su carácter independiente y su abuela tuvo que desistir de darle la educación que una señorita como ella debía de tener. Como cuando dijo su primer taco todos le rieron la gracia, su léxico infantil parecía estar inspirado en el diccionario secreto de Cela y en más de una ocasión su abuela tuvo que justificarse ante sus visitas,
- Yo no sé dónde habrá oido la niña estas palabras...
- Pues ya se sabe... en la guardería...
Disimulaba su amiga, que, más bien, pensaba como más probable que estuviesen inspiradas en las conversaciones de su abuela con las vecinas del mercado que vendían verduras.
La mente analítica de la pequeña captó que la desventaja que tenía con su hermano por la edad se podía suplir si era capaz de adelantarse a los acontecimientos; y así no dudaba en tomar la iniciativa, de modo que cuando su hermano se quería dar cuenta ella había tomado la delantera y en la mayoría de las veces Pepito terminaba llorando
- Abuela, la niña ha cogido mi pelota y dice que si tengo huevos que me atreva a quitarsela....
Claro está que estas cuestiones "menores" de carácter doméstico casi nunca llegaban hasta sus ocupados padres más inmersos en las más importantes tareas de conseguir dinero y posición para dar a sus hijos, el día de mañana, una seguridad en la vida.
Habían dejado el pequeño piso de la urbanización y vivían en un chalet de 250 metros cuadrados en dos plantas, con jardín, piscina y garaje, en Rivas Vaciamadrid.
Su vida social era más bien escasa, pues aparte de Manolo y Adela, tan sólo esporádicamente se veían con sus antiguos amigos. Matilde solía llamar de vez en cuando a Carmencita Miguelañez que se había olvidado de su carrera de periodismo y estaba casada con un ejecutivo de F.F.C. bastante mayor que ella y era quien le ponía al día de todos los chismes de sus círculos de amigos.
Al contrario que Matilde, Carmencita no había tenido hijos y aún conservaba la figura que seguía causando estragos allí donde ella entraba. Como su marido siempre estaba reunido con asuntos de la Empresa y eran frecuentes sus viajes de trabajo, y económicamente no tenía cortapisas, se daba una vida de "marquesona" y no desaprovechaba la ocasión si se ponía a tiro algún admirador que estuviese medianamente potable.
- Desde luego, Carmencita, te vas a meter en un buen lio. Como se entere tu marido de tus devaneos, se te va a terminar el chollo.
- ¿ A mí ? ¡ Qué va ! ¿ Sabes? A Romualdo le tengo bien surtidito. Cuando está en casa no me resiste ni un par de asaltos... Yo creo que muchas veces se inventa los viajes para... descansar .... y porque hago "trabajitos" fuera de casa... que si tuviese él que poner toda la gasolina... no iba a tener más remedio que arreglarse el surtidor...
- ¡Tú, como siempre! ¡Qué cosas tienes!
Y, en el fondo, Matilde sentía una especie de envidia de su amiga, porque ella siempre le había sido fiel a su Jose, y aunque ya las cosas no eran lo mismo, hubo un tiempo en el que había una cierta compenetración... y su vida sexual se podría convenir que había sido moderadamente satisfactoria.
Jose, fiel a sus principios, siempre se las había ingeniado para no abandonar del todo sus tradicionales salidas nocturnas, la mayoría de las veces con Manolo, teniendo ambos la excusa y la coartada con repentinas cenas de negocios que surgían para la consecución de los necesarios contratos empresariales.
Aunque se habían calmado bastante sus ardores juveniles, él siempre se había considerado como un hombre necesitado de actividad sexual frecuente, así que cuando Matilde empezó a poner excusas para distanciar sus relaciones, él se consideró liberado para dar a otras lo que su mujer no quería.
Lógicamente Matilde nunca había sospechado nada y durante muchos años vivió tranquila y confiada porque Jose, con su buen carácter, siempre lograba disipar el más mínimo atisbo de duda.
Así que, podríamos decir que esos veinte años de convivencia conyugal habían sido los mejores años de su vida.