He tomado el título de la novela de Gabriel García Márquez para hacer una crónica del mundial de fútbol que para España terminó el pasado martes, aunque aún quedan unos cuantos países en Qatar dirimiendo quién será el campeón.
El único problema es qué vamos a hacer hasta el próximo día 30 que se reanude la liga, y que nos vamos a perder las crónicas de Mariano Rajoy y ya no quedará demasiado claro si Alemania es Alemania o será Costa Rica la que sea Alemania.
Pero el hecho es que España ha caído en octavos de final, como muchos lo venían anunciando. Pero se nota en el ambiente que no ha sido una muerte dolorosa, quizá por lo previsible, y que se ha asumido sin acritud, aunque con el casi total convencimiento de que la culpa, toda la culpa, es de Luis Enrique.
Y es que nuestro seleccionador tiene la rara virtud de concitar sobre él la repulsa de una gran mayoría. Se ha mostrado (no sé si lo será) altanero, soberbio, sabihondo, sobrado... vamos, que no caía demasiado bien a la afición (sobre todo a la madridista) y no es que nos alegremos, pero vamos, que el disgusto por la eliminación no ha sido demasiado grande.
Contaban que Helenio Herrera, en los partidos importantes, cuando su equipo jugaba en campo contrario, salía él al césped en actitud desafiante, antes del partido, para recibir el abucheo de la afición contraria.
“Así, decía a sus jugadores, ya no les quedan fuerzas para pitaros a vosotros”
Lo de Luis Enrique Martínez es diferente. Ahora dice que él es el único responsable de la derrota, pero es que antes había alardeado en “streaming’s” que era el más “guay”, el mejor y, si me apuras, hasta el más guapo. Más o menos, vamos, de la escuela de Mouriño.
Pero que no pasa nada, que nos han eliminado, que los jugadores se han vuelto tan contentos a casa con su sobresueldo, no se si bien ganado, y que por aquí nos entretendremos con las tertulias de la tele, el precio de la luz, preparando las felicitaciones de Navidad, y comprando el cordero, que estos días está más barato, antes que llegue la nochebuena.
Y ya, de paso, aprovecho para adelantaros mi felicitación de Navidad.