Miguelito era pobre y no tenía balón de fútbol. En realidad en aquel pueblo de la posguerra casi nadie tenía balón. Solo el nieto del señor diputado provincial, que para su cumpleaños le regalaron un balón de reglamento.
Y después del colegio, Arturito, el feliz propietario de tan preciado juguete, encabezaba la comitiva de chavales hasta llegar a las eras del Llano, donde se celebraban aquellos memorables partidos de fútbol.
La ceremonia se repetía día tras día. Primero era colocar unas piedras junto a los cabases, que serían los límites de las porterías. Después, Arturito y su mejor amigo que era Andresito "El pelao", echaban "a pies" para escoger a los componentes de sus respectivos equipos.
Casi siempre ganaba el dueño del balón, y si estaba, escogía a Raúl, que era su segundo mejor amigo, para formar el equipo "Azul". Luego le tocaba escoger al "Pelao", que capitaneaba el equipo "Encarnao", y se decidía por Miguelito, que para eso era el que mejor jugaba. Y así, hasta que se completaban los dos equipos de ocho jugadores, porque las eras no daban para mas. Luego quedaban dos suplentes por equipo, por si alguien se tenía que marchar, y los demás ya se podían ir hasta el día siguiente, a ver si había más suerte o venían menos niños al partido.
Miguelito nunca jugaba en el equipo azul, porque su relación con Arturito nunca fue demasiado buena.
Y resulta que un día Miguelito regaño con "El Pelao" en el recreo y cuando llegaron a las eras fue comprobando lo que era que fuesen escogiendo, uno a uno, a los niños que estaban a su lado y que no le eligieran ni para suplente.
Se marcho a su casa, dando patadas a todas las piedras que se encontraba por el camino, y estuvo una semana sin volver por las eras, hasta que hizo las paces con el capitán de los "encarnaos" que le prometió que al día siguiente seria el primero al que escogería. Aunque no se lo dijo, era porque que desde que el no jugaba no habían logrado ganar ni un solo partido a los azules.
Y desde ese día Arturito le tomo mas tirria si cabe, porque Miguelito le ganaba todos los partidos.
Tanto que le veto para siempre y amenazó a su mejor amigo de relevarle en el puesto de capitán, si volvía a escoger a Miguelito.
Pasaron algunos años y los Chocolates Dulcinea empezaron a regalar muñecas "giselas" para las niñas y balones de reglamento para los niños si se conseguía hacer la colección completa de los equipos de fútbol de la primera división. Desde entonces Miguelito, cuando consiguió los cromos de Zarra, Puchades y Kubala, que eran los más difíciles, ya tuvo su balón de reglamento y pudo jugar al fútbol todos los días, sin depender ni de Arturito ni de su amigo Andresito "El Pelao"