En el partido habían hecho una prospección para encontrar un líder con futuro. Querían un líder estable, que asumiese los postulados del partido y les llevase a la presidencia del gobierno.
La búsqueda fue exhaustiva entre todos los que habían tenido responsabilidades en el partido. Al final solo quedaron tres. Y Euprepio parecía el más indicado. Tenia don de gentes, era un buen orador, caía bien a las mujeres, desprendía credibilidad y daba muy bien en la televisión. Además tenía un currículum impresionante. Había trabajado en la empresa privada donde había desempeñado cargos de gestión con resultados muy positivos. Llego a la política desde la base en su pueblo natal donde fue nombrado alcalde y consiguió varias mayorías absolutas. Era el candidato ideal.
En la Comisión Delegada del Partido, después de arduas deliberaciones acordaron que no podían apoyar su nombramiento. Era decente.
No había nada que reprocharle. No habían encontrado nada con que poder chantajearle y así no podían fiarse de él.
Habría que seguir buscando para que el elegido no pudiera írseles de las manos.
Ya digo, desgraciadamente, Euprepio era decente.