Cuando Nicomedes Martínez Hinojosa guardó en el portafolio las copias de las escrituras y en su cartera el cheque bancario por importe de cinco millones de pesetas que le terminaban de entregar en presencia del señor notario, no tuvo ninguna sensación especial. En esta ocasión él era representante de la parte vendedora en su nombre y en el de sus dos primas, pero este pueblo no tenía ninguna significación afectiva para él. Ni el pueblo ni la casa que llamaban el Solar, que terminaba de vender.
Habían pasado varios años desde la muerte de la abuela Rosa; cuando los hijos decidieron vender la casa de la calle Leganitos, encontraron los documentos que había dejado su madre para ellos antes de morir, entre los que estaban las partidas de nacimiento de los dos y en su dorso la nota manuscrita de su padre en la que reconocía sin ningún género de dudas su paternidad. Entonces pensaron que este documento podría ser suficiente para reclamar la parte de la herencia paterna que les pudiese corresponder.
Los trámites de la demanda fueron largos. Por fin el juez aceptó la demanda y les dio la razón; pero los que hasta ahora se habían considerado como únicos herederos legales fueron interponiendo recursos, cada vez que una instancia superior seguía reconociendo los derechos de los demandantes.
Cuando el Tribunal Supremo falló a favor de los herederos de su abuela Rosa, se terminaron las posibilidades de la otra parte de seguir apelando, y por primera vez se creaba jurisprudencia al aceptar un documento privado manuscrito como prueba para reconocer una paternidad.
Se habían hecho previamente las oportunas averiguaciones para conocer los bienes que pertenecían al abuelo Nicomedes, y a pesar de que después de su muerte se había producido la venta de muchas propiedades, todavía quedaba suficiente patrimonio para que a todos los herederos les quedara una aceptable minuta.
La decisión final del juez fue asignar a los hijos de su legítima esposa doña María de la Amargura Pastrana las fincas rústicas y una pequeña casa en Recondo y a los hijos de su protegida doña Rosario Buitrago Martínez, la finca urbana en Recondo, conocida como El Solar.
Aunque posiblemente la parte que se asignó a sus hijos legítimos pudiera tener un valor teórico superior, el asignar el solar a sus hijos naturales representaba un verdadero guiño del destino. El Solar que había representado para doña Margara la culminación de toda su ambición de pertenencia a la élite social de Recondo y por el que había sido capaz de cometer todos los desmanes inimaginables hasta perder, incluso, sus valores morales, para ser aceptada por todos como dueña y señora del Solar; ahora iba a pasar a manos de unos desconocidos, para los que la casa no tenía ninguna significación y sólo les interesaba su valor económico.
Para doña Margara, ya muy mayor pero con sus facultades mentales intactas, al conocer la noticia, supuso el tener que aceptar que toda su vida había sido un rotundo fracaso al no poder legar a su heredera lo que era el símbolo del poder y el prestigio de la familia. Ella se había prometido que no saldría de esa casa si no era muerta y eso, al menos, sí se lo concedió el destino, porque unos días antes de la fecha marcada por el juez para dejar libre la propiedad, moría rodeada por sus familiares pero sin haber logrado limpiar su conciencia de todos las maldades que cometió durante su vida, motivadas por su soberbia y por su enfermizo deseo de venganza contra todos los que se intentaron cruzar en su camino.
La muerte de su hijo, de la que acusó a personas inocentes para ocultar el suicidio, la manipulación a sus propias hijas para que hicieran siempre su voluntad sin importarle lo que ellas pudieran querer y el engaño a su marido para casarse con él, y toda una vida en la que nunca le llegó a mostrar ni un ápice de cariño, no podían tener otro colofón que el perder lo más importante para ella, el Solar.
Al contrario, Rosa no vivió su triunfo. Pero ella tampoco lo necesitaba. Se hubiera alegrado mucho, por supuesto, de que la casa de su Amo, fuese para sus hijos, pero para ella tampoco significaba prácticamente nada ese caserón de Recondo. Ella hubiese tenido la íntima satisfacción de que toda su vida entregada a un hombre, tuviera ahora la recompensa de que sus hijos que habían tenido que crecer sin un padre de pequeños y después tener que ocultar su identidad, recibieran ahora una recompensa económica, aunque realmente no la necesitaban.
Y como no la necesitaban, ni Rosa ni Genaro quisieron hacerse cargo de la herencia y la cedieron a sus hijos. Aunque últimamente había cambiado un poco la valoración que tenían de su padre, no podían perdonarle todos los años de niñez en los que no entendían por qué ese hombre que llegaba de vez en cuando a casa, que alguna vez los traía algún regalo, que dormía en la alcoba de su madre, y que ella decía que era su padre, no se quedaba en casa como los padres de todos los niños que conocían. Y cuando fueron mayores y su madre les contó la verdadera situación no entendieron por qué no les había reconocido como hijos ni había permitido que fuesen nunca por el pueblo de su madre.
Las hijas de Rosita y el hijo de Genaro no vivieron nunca esta realidad familiar. Para ellos era normal el no conocer a todos sus abuelos, pero eso también les ocurría a los otros chicos. Cuando se solucionó todo y los padres les informaron que iban a heredar de su abuelo, no tuvo más repercusión que la alegría de acceder a un dinero que les podría ayudar a mejorar su situación económica para conseguir una casa, comprar un coche o celebrar una boda más elegante.
El joven Nicomedes sólo había estado una vez en Recondo y fue con motivo del entierro de la abuela. Habían visto también el panteón en el que les dijeron que estaba enterrado el abuelo, y su padre le dijo que rezase un padrenuestro, pero nada más. Posiblemente volviesen por allí cualquier día porque era un pueblo muy bonito y se veía que había buenos sitios para comer y que todos los domingos llegaban muchos turistas a pasar el día.
No se conocieron con los otros herederos de la familia de su abuelo. Cuando se efectuó la adjudicación judicial de los bienes, sólo estuvieron presentes los abogados de las dos partes y nunca llegaron a coincidir con ellos porque todos los que aún vivían habían abandonado Recondo.
Para él no había velos que modificasen la percepción de su memoria. Su familia nunca había tenido que descorrer los velos que distorsionan la memoria e impiden conocer lo que realmente había ocurrido.
El sedoso y gris velo del tiempo se fue decorriendo poco a poco, y Rosa supo aceptar una realidad, muchas veces poco agradable, pero que siempre aceptó con total normalidad.
Para ella nunca existió el oscuro y espeso velo del olvido, porque siempre pensó que de todos los avatares de la vida siempre se podía sacar algo positivo.
Rosa siempre fue sincera con sus hijos y nunca trató de mentirle cuando ellos fueron capaces de entender la situación especial en que se encontraba, aceptando una realidad en la que ella nunca consideró que era culpable, por lo que el pegajoso y camaleónico velo de la mentira sólo se utilizó para difuminar la realidad hacia una sociedad hipócrita que no aceptaba públicamente situaciones que en privado potenciaba.
El pesado y pardo velo del recelo nunca se interpuso en su vida, porque había aceptado su situación y nunca consideró como enemigos, ni a las personas que no se habían comportado bien con ella.
Tampoco sufrió el velo ruin y tornasolado del resentimiento, porque había aprendido a no esperar de nadie lo que sabía que nunca le iban a dar.
Y por fin, nunca necesitó el frío y negro velo de la venganza, porque nunca deseó el mal a nadie, y siempre pensó que sería el Destino quien al final haría justicia para todos.
El recuerdo de Rosa quedó en la memoria de sus hijos y de sus nietos, que se encargaron de trasmitir a los hijos de sus hijos. El recuerdo de una mujer fuerte, cariñosa, sufrida y entregada a los suyos, enamorada de un hombre egoísta y soberbio, fruto de una época y de una educación caduca, que no tardaría en ser arrasada por los acontecimientos que se fueron produciendo en los años siguientes. Un hombre que no supo apreciar su afecto, aunque, dentro de su mentalidad fue posiblemente con la única mujer que tuvo un comportamiento responsable.
La abuela Rosa, descansa en un rincón del cementerio de Recondo, junto al lujoso panteón de una familia adinerada y de alta alcurnia, en una pequeña tumba con una blanca lápida de piedra, que poco a poco se irá tiñendo con el moho de la humedad y del paso del tiempo, pero en la que se podrá leer aún cuando pase muchos años una frase tallada en grandes letras, que casi nadie entenderá en todo su sentido, y que podía ser el colofón de toda una vida: "JUNTO A TI, PARA SIEMPRE".
Baños de Fitero: 25 de febrero de 2012.
FIN DE LA SEGUNDA PARTE DE LA NOVELA "LOS VELOS DE LA MEMORIA- EL AMO"
Espero que os haya entretenido.
Si quieres leer toda la novela de nuevo, la puedes encontrar íntegra pinchando en la portada del libro que aparece al final de la página principal de este blog, en "Mis libros de ficción".
Espero que os haya entretenido.
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