Cuando te enfrentas a hechos históricos ocurridos hace muchos siglos, tienes que intentar abstraerte a la hora de analizarlos, intentando no aplicarles los valores y parámetros actuales. Si no los analizas teniendo en cuenta las circunstancias y la época en que ocurrieron, seguro que se dará una versión muy distorsionada de lo ocurrido y, sobre todo, de la percepción que tuvieron sus coetáneos.
Ningún Rey, ningún Papa, ningún héroe y posiblemente ningún santo resistirían una revisión histórica de sus vidas y de sus obras, aplicando los valores que son generalmente aceptados en la actualidad.
Pero es que, seguro, cuando pasen unos siglos, habría que ver cómo se llega a valorar lo que hoy damos por satisfactorio y positivo.
Otra cosa diferente es cuando lo que se juzga ha ocurrido recientemente y se han cometido actos delictivos; pero no me estoy refiriendo a eso, sino a la revisión histórica de hechos pasados.
Recuerdo ver en televisión el derrocamiento de Sadam Huseín en aquel marzo de 2003, cuando la coalición liderada por EE.UU, invadió Irak y cómo derribaban su estatua en la Plaza Firdus de Bagdad. Entonces tuve la sensación de estar viviendo un hecho histórico.
Han pasado 17 años y parece que se están reverdeciendo las ansias iconoclastas por todo el mundo. En Estados Unidos, en Inglaterra y en otros países vemos cómo se quieren destruir las estatuas de personajes que habían sido, en su día, homenajeados con monumentos en su honor y que ahora se está produciendo esa revisión histórica a la que antes aludía, y que a este paso no va a dejar títere con cabeza.
Aquí en España ya hemos vivido la retirada de las estatuas de Franco; ahora se habla de Colón, a imitación de los americanos, y pronto podremos llegar a los Borbones, a los Austrias y al mismísimo don Pelayo, que si buscamos, seguro que encontramos más que motivos para tirar sus estatuas.
La historia de los pueblos está escrita con hechos heroicos, con actos vergonzantes, con sacrificios y con egoísmos. La historia de los pueblos fue escrita por los vencedores y es necesaria esa revisión histórica para acercarnos a lo que pudo ocurrir en realidad. Pero, por mucho que quisiéramos, no podemos modificar ni un ápice lo que entonces ocurrió. Podremos decir que los héroes no lo eran tanto, que los vencedores no eran los buenos, y dejar constancia de la maldad de algunos y “bajarles de su pedestal” (en sentido figurado) para el conocimiento general. Pero esos personajes históricos lo seguirán siendo y su presencia como imagen de una época, servirá para ilustrar esa historia, aunque habrá que decir de algunos que realmente no eran lo que nos habían dicho sus biógrafos oficiales.
Además, en muchas ocasiones estas estatuas son unas obras de arte que hicieron ilustres escultores y que adornan nuestras calles y nuestros parques, aunque en realidad para lo único que valen es para que se caguen en ellos las palomas.