Desde pequeños nos enseñaron a conseguir nuestras propias metas. Primero, terminar los estudios, luego conseguir un trabajo, luego buscar una buena novia, casarse, tener hijos, progresar en el trabajo, pensar en el día de mañana, jubilarnos…
Etapas que hemos ido superando casi sin darnos cuenta. Y un buen día te percatas que el día de mañana es hoy. Tus hijos ya no están en casa; en el mejor de los casos, ni te necesitan ni los necesitas.
Y otro día eres consciente que ya no te quedan objetivos que cumplir. Que solo queda la rutina y das gracias de que así sea, porque cualquier imprevisto te sobresalta y lo que más agradeces es que todo siga igual y que “no pase nada”.
Como mucho puedes esperar que tus nietos vengan a verte, que llegue la Navidad para reunirte con tus hijos, o quedar un día a comer con los amigos; pero, a veces, ni eso te apetece.
Pero llega un día que hasta añoras los insufribles objetivos que te imponían en el trabajo, y ahora no tienes un jefe que te los marque. Así que no tienes más remedio que ingeniártelas para obligarte a tener algo en que ocupar tus largas horas en que se convierte un día cualquiera.
Yo me he refugiado en mis hobby’s, y sobre todo en escribir; por eso, casi todos los días tenéis algo nuevo en el Eremita; si luego hay a quienes eso les interesa, como parece por las visitas que recibo, ya lo puedo considerar un objetivo, casi tan importante como los que me imponían en mi vida laboral. Y, !hasta me lo paso bien!
Así que, sin ánimo de dar consejos a nadie, solo deciros que eso de las aficiones personales de cada uno pueden ser la solución para superar el difícil reto de marcarnos unos objetivos, a nuestra provecta edad.