Montserrat Puig y Domenech, a sus ochenta y cinco, era alegre y muy jacarandosa. Antes, cuando aún vivía su Ernest, también lo era, pero menos; o por lo general no lo aparentaba. Ahora, dos años después de darle cristiana sepultura en el cementerio junto a la masía de sus ancestros, había decidido hacer lo que en vida de su amado consorte nunca se atrevió. Se apuntó a un gimnasio donde conoció a Dolors, esta sólo septuagenaria, pero también viuda como ella y, como ella, deseosa de exprimir todos los años que el Creador hubiera decidido concederla.
Lo primero fue cambiar el vestuario y compraron por internet todo lo que se ofertaba para practicar la gimnasia sin pararse a pensar demasiado si era lo más apropiada para ellas o estaba diseñado para veinteañeras sin atisbos de celulitis.
Ya de paso, decidieron renovar su ropa interior y Montserrat que era más atrevida no dudó en comprarse unos picardías transparentes que si se los hubiese puesto delante de su Ernest, seguro que habría muerto mucho antes de infarto de miocardio.
Poco después descubrieron un local donde bailar y conocer nuevas amistades, donde era difícil encontrar no jubilados. Dolors, a la que nunca le gusto mucho lo de la danza, no quiso repetir la experiencia, por lo que la Montse inició en solitario esta aventura.
Allí conoció a Jordi, que aunque le sacaba unos cuantos años, era también alegre, dicharachero y atrevido, por lo que no tardaron en compenetrarse, en el sentido figurado del término, y empezaron a explorar nuevas vivencias, como ellos llamaban a sus encuentros esporádicos en hoteles de las afueras para evitar encuentros no deseados con algún conocido.
Después ella se lo contaba a su amiga.
- Pues llegamos al hotel; el hace la reserva, subimos a la habitación, nos suben unos granizados, mientras el se prepara en el servicio, yo me pongo el picardías que me compré y me siento en el sofá esperando que el salga...
- ¿En pijama, no?
- ¡Qué va, en pelota picada!
- ¿Y qué hacéis?
- No, hacer no hacemos nada... solo nos tomamos el granizado... pero no veas, sólo con verle a él, allí de pie derecho, desnudo y con esas pintas, no te puedes figurar lo que me hace de reír...