La masa verbal de los políticos, por el contrario, inflada hasta el paroxismo a base de una adjetivación hormonada, nos deja fríos.
Según la Teoría de la Relatividad, con perdón, toda masa contiene cierta cantidad de energía. La masa muscular de las modelos, siendo muy exigua, produce en las pasarelas y en las cabezas de las adolescentes unas vibraciones tan extraordinarias que han obligado a intervenir a las autoridades. En Francia van a exigir unos mínimos de carne para exhibirse en los desfiles. La masa verbal de los políticos, por el contrario, inflada hasta el paroxismo a base de una adjetivación hormonada, nos deja fríos. He ahí un caso de desproporción asombrosa, que aqueja a los bipartidismos parlantes, entre el tamaño y la fuerza. La densidad oral debería ser producto del significado latente, no del clembuterol sintáctico que engorda los discursos, dejándolos como esos filetes de carne que luego, en la sartén, se quedan en nada. Un buen mitin político es aquel que partiendo de una energía infinita provoca un big bang de palabras preñadas de pensamiento.
Si los Rajoy y compañía fueran conscientes de esto, podrían pasar los fines de semana en familia, mientras los votantes digerimos lo que les hemos escuchado a lo largo de los días laborables. En realidad, bastaría con que eliminaran la mentira en sus intervenciones radiofónicas o televisadas de los lunes o los miércoles para que zapeáramos en su busca en vez de venir ellos en la nuestra. Contemplar a unos y a otros diciendo la verdad resultaría tan espectacular y noticioso como asistir a un desfile de modelos de la talla 46. Pero quizá ya sea tarde para eso. El patrón de conducta vigente es el de un universo verbal inflacionario sin otro objetivo que el de la cantidad. Si los partidos emergentes se ponen a competir con esas pautas, solo lograrán colocarse. Y no se trata de eso.