Un paseo a la caída de la tarde, o por la mañana; de la mano de tu amor o acompañada por tu perro; pero a las orillas del mar.
Las gaviotas levantan el vuelo asustadas por los ladridos de un pequeño perrito que apenas si se atreve a separarse de sus amos.
En el horizonte, una roca que parece ascender de las profundidades del mar, y que se enroca en la pertinaz insistencia de su identidad británica. Delante las olas del mar que se acercan hasta la playa para acariciar los pies de los caminantes y las negras piedras de la ribera.
Las palmeras se mecen en las brisas que parecen nacer en las lejanas tierras de áfrica y que aún conservan el ronco son de los tambores.
Y todo, a las orillas del mar; mientras el sol parece que se aleja por la ausencia de los veraneantes que han vuelto a sus tierras del interior. Las nubes se apresuran a cubrir los cielos que otrora eran azules y despejados y ahora se cubren con la capa de un otoño que acecha ya cercano.
Hoy he dado mi postrer paseo anual a las orillas del mar. Hoy, también quiero compartir con vosotros estas imágenes que se me han quedado gravadas en la retina y en la memoria de mi cámara digital.
Es ya hora de volver a mi desierto de eremita.
En realidad, los textos de hoy que no estaba demasiado inspirado, son únicamente un pretexto para dejaros estas fotos, que a mí me han parecido interesantes.