Yo nunca he sido mucho de himnos y banderas, aunque sé de su efectividad para hurgar en los sentimientos patrios; igual que el incienso y la penumbra son eficaces para sublimar los sentimientos religiosos.
Estamos asistiendo los últimos días a la controversia sobre la letra para la Marcha Real que ha escrito y cantado la rapsoda Marta Sánchez. A mi no me gusta; la letra, claro. Pero parece ser que hay a quienes les encanta; no porque la letra sea buena, que a mí no me lo parece, sino porque es una muestra de exaltación patria y del tan cacareado patriotismo.
Parece ser que a la cantante se le ocurrió esta letra cuando añoraba España desde Miami donde, dicen, se afincó para eludir la tributación en su querida Patria.
Hay personaje que alcanzaron una cierta fama con su profesión, y que cuando se hacen mayores no se resignan a caer en el olvido y para evitarlo son capaces de hacer un reality con sus hijas y su novio, vender sus vergüenzas en los platós de televisión e, incluso, hay quien se atreve a componer una letra para el himno nacional.
Como decía al principio yo no soy mucho de himnos y banderas ni de sentirme orgulloso de ser español, aunque esté contento de haber nacido en España, (que es distinto). Pero a mí me gusta que el himno nacional no tenga letra, que dicho sea de paso, solo serviría para que se cantase en los prolegómenos de los partidos de fútbol, mientras los futbolistas miran a los cielos con cara de alienados o de circunstancias. No me imagino escuchando aquello de “Rojo, amarillo, colores que brillan en mi corazón, y no pido perdón” mientras sale la procesión de San Roque por la puerta de la Iglesia de Chinchón. Si solo hay música, nos evitamos el sonrojo de escuchar letras como la de la “Marsellesa” o “Els Segadors” que no me explico como se atreven a seguir cantándolas en pleno siglo XXI.
Pues nada, que antes de la próxima final de la copa del Rey de fútbol, escucharemos a Marta cantar su himno y así no sabremos a quién van dirigidos los pitos, si al himno o la letra de la Sánchez.