Genaro siempre tuvo buena prensa en su pueblo. Era, posiblemente, una de las pocas excepciones en aquello de que nadie es profeta en su tierra. Heredó de su padre, que se llamaba Gonzalo, una pequeña tienda de ultramarinos que antes también perteneció a su abuelo Silverio y, antes aún, a su bisabuelo Atenodoro; lo que permitía vivir con cierta holgura a toda la familia.
Genaro fue ampliando el negocio y pudo sobrevivir a la competencia de las grandes superficies que se asentaron en los alrededores, gracias a una política de precios muy ajustados, a la selección de productos de buena calidad y a un servicio esmerado que daban él y su esposa Enedina a todos sus clientes.
Y es que Genaro era amable, buena persona, honrado y cumplidor. Además era sensato, comedido y ecuánime, por lo que sus juicios y consideraciones eran apreciados por sus vecinos.
Durante años iba declinando la invitación de formar parte de distintas candidaturas para entrar en el Ayuntamiento. Decía que eso de la política no era para él porque siempre terminaba en confrontación y a él no le gustaba discutir.
Pero la situación del pueblo se iba deteriorando poco a poco y se hacía imprescindible un cambio de rumbo en la política municipal.
Genaro no acepto el ofrecimiento de varios partidos políticos, pero al final no pudo desoír la propuesta de su amigo Emilio, que estaba organizando una candidatura independiente. Ganaron las elecciones y Genaro fue concejal.
Al poco, se fue dando cuenta de que sus temores no eran infundados. Enseguida empezaron a detectar graves irregularidades en las cuentas que sus antecesores habían dejando en el Ayuntamiento. Él, como no podía ser de otra manera, propuso denunciar. Entonces fue cuando empezaron a llegar los anónimos.
Después, los compañeros de candidatura se olvidaron de los buenos propósitos y empezaron a emular lo que antes criticaban. Y él también se opuso a este cambio de actitud. Y también llegaron las amenazas.
Enedina, su mujer, se lo notó enseguida, porque le conocía bien.
Y presentó la dimisión. Y se volvió a dedicar a vender fideos, a despachar salchichón y a seguir dando buenos precios, buena calidad y buen servicio. Y corroboró que eso de la política no era para él. Y desde luego no comprendía que hubiese quién podía seguir en una situación en la que tenía que actuar en contra de sus principios. Se dió cuenta que una persona honrada y con el único deseo de servir al bien común, era presa fácil para los que acudían a los puestos públicos para medrar por sus propios intereses.
Genaro no pasó a la historia de su pueblo como edil; casi ni apareció en las crónicas municipales; pero él se fue con la conciencia tranquila de haber intentado trabajar por el bien común, aunque era demasiado honrado para que la "circunstancias" sé lo que permitiesen.
Genaro ahora esta muy contento porque ha nacido su primer nieto, al que le han puesto el nombre de su tatarabuelo y que nunca, posiblemente, sabrá que su abuelo fue concejal, aunque por muy poco tiempo, en el Ayuntamiento de su pueblo.