Ahora ya es diferente, pero antes, las cigüeñas lo tenían
bastante más difícil. Os voy a contar lo que me pasó a mí. Nací en un mes de
enero de cuando hacía frío de verdad; cuando el invierno era invierno y nevaba
como Dios manda y todavía no se había inventado el GPS.
Era sábado y un treinta por ciento de la plantilla estaba
de vacaciones de Navidad, además esa semana se había multiplicado el trabajo
porque el mes de mayo del año anterior hubo un gran apagón en toda la comarca,
lo que produjo un aumento desproporcionado de embarazos. No es que me haya
equivocado en la fecha del apagón, no; os lo voy a explicar, ya veréis.
Resulto que aquella noche, posiblemente porque era sábado,
bajo la demanda de servicios, y la encargada jefa de personal de la Agencia
Estatal de Cigüeñas, pensó que se podría ir adelantando el trabajo. Miro la
agenda y comprobó que estaba prevista la entrega de un niño en un pueblecito
algo alejado de los confines de la provincia, que además tenía un nombre un
poco raro, Belinchon, o algo así. Aunque faltaba casi un mes, pensó que podía
aprovechar a una cigüeña un poco sorda y algo lenta, para hacer el servicio.
Preparó bien al niño para que no se constipase con el frío que hacia, y,
trasmitió a la susodicha las instrucciones necesarias para que hiciese su
cometido. Sin embargo la cigüeña comisionada para la entrega, que como he dicho
era un poco sorda, no debió enterarse muy bien del mandado.
Aunque le dijeron en el
control que no había prisa y que se lo tomase con calma, porque tenía casi un
mes para entregar al niño, que no tenía que nacer hasta el mes siguiente y que
solo se tenía que preocupar de no equivocarse y dejar al niño en su casa, donde
le esperaban con ilusión, porque era el primogénito, ella entendió todo lo
contrario: que era muy urgente y que no se entretuviese en el camino. Hacia un
frío de helarse y para colmo empezó a nevar.
Y como no paraba de nevar, ni corta ni perezosa, me dejó en una casa donde vio a un señora embarazada.
No veáis la sorpresa que se llevaron mis padres, que no me esperaban hasta mediados de febrero... Llamaron de urgencia a don Pedro, el médico, llegaron las abuelas, mi padre nerviosito perdido; o sea, todo un jaleo, y además no paraba de nevar...
Y ese es el motivo por el que yo nací ochomesino, y dicen que muy chico y bastante feo... y, además, en Chinchón.