No me gusta el día de los Santos... odio este día; aunque antes era distinto. Antes esperaba con ilusión el día en que estrenaría el abrigo nuevo, las botas hasta las rodillas y la bufanda de lana a rayas marrones y blancas que todos los años me hacía la “yaya”. Cómo ha cambiado mi vida... por eso ahora no puedo soportar el pesado lamento de las campanas que tendré que padecer hasta que logre dormirme esta noche.
Este olor, mezcla de café, tabaco y anís, que inunda toda la sala, apesta, pero no me apetece levantarme para llevar las tazas y la copa la cocina. Otro día no daré la tarde libre a todo el servicio... Aunque me gusta la soledad en las tardes lluviosas del final del otoño. Víctor podía utilizar los ceniceros como todo el mundo, pero yo creo que usa el plato del café porque sabe que me molesta. Los restos del puro a medio fumar aplastado sobre los posos del fondo de la taza son el fiel reflejo de mi vida. Nunca me debí casar con él. Toda mi vida es un desperdicio. Seguro que él piensa que si no soy para él tampoco seré para otro hombre. Sabe que no le quiero pero no le importa, sólo me quiere para pasearme cogida a su brazo y presumir de esposa joven y hermosa... pero intocable.
Esto es agradable. Aquí bajo las faldas de la mesa camilla se está bien. No me apetece leer.. el periódico dice lo de siempre, y aquí en Vetusta nunca pasa nada. Tengo que mandar que cambien ya las cortinas de invierno. Mañana vendrá él de visita, le he mandado recado a la rectoral y me han dicho que vendrá por la tarde, antes de la misa de difuntos... su conversación me calma y su presencia me tranquiliza. Siempre veo en sus ojos esos destellos de luz que me alagan, pero él es tímido y nunca se atreverá a decir lo que siente... a mí e gusta... Nunca pensé que lo llegase a reconocer... Es un sacrilegio... no, no puedo pensar en esto... ¡Ave María! Es una tentación del maligno... Engañar a mi marido es una cosa, pero engañarle con un hombre de Dios... tengo que pensar en otra cosa....
Voy a cambiar todo el vestuario; colores más alegres, aunque se escandalicen esas beatas que tanta envidia me tienen, sí, tengo que cambiar el vestuario... Para las navidades vendrán mis cuñadas... a ellas tampoco la soporto... Tengo que confesar mañana mismo... pero con el párroco...Nunca me atrevería a contarle a él todos mis pensamientos...
¡Vaya, ya están aquí las malditas campanadas! Parece que este año suenan más graves, más pesadas, más tristes... con más pausa. Aunque estan cerradas todas las ventanas, los tañidos resuenan dentro como si estuvieran en mis entrañas... así suenan a vacío, a vacio y soledad... y también a tristeza... Hoy las campanas de los santos suenan para mí con más melancolía, con desesperación... como diciéndome que estaré aquí recluída hasta la primavera... Hoy las campanas de la catedral tañen para mí, sólo para mí... las campanas de todos los santos vuelven a sonar en la torre de la catedral porque saben que, sólo ellas, pueden hacerme compañía...
Recordando La Regenta.