Mira que yo no quería, pero llegó mi amigo Miguel y me dijo que había comprado seis décimos de la lotería de Navidad en la administración de Doña Manolita de la Puerta del Sol, porque había soñado que, si jugábamos los dos, nos tocaría el gordo; y que si quería jugar con él.
Aunque, como digo, yo no quería, me dio reparo negarme y le dije que si. Le pague los sesenta euros y guarde los tres décimos en la mesilla con la seguridad de que me olvidaría de ellos.
Y así fue; me olvidé hasta del número con el que jugábamos. Pero llegó el día del sorteo. Yo ese día apago la televisión y no pongo la radio porque odio el soniquete de los niños cantando números y premios. Ese día cogí mi tablet y me dediqué al sudoku sin ni siquiera mirar ningún periódico para olvidar el sorteo.
Serían eso de las 11,38 cuando sonó el teléfono. era Miguel:
- ¡Nos ha tocado el gordo! ¡Un millón doscientos mil euros para cada uno!
- ¡No me fastidies! ¡Si yo no quería!
No veáis la que se armó en casa. Mi mujer, lo primero que hizo fue ponerlo en el Whatsapp de “Familia”, luego salió a decírselo a la vecina; no sé cómo, se enteró el portero y al cuarto de hora teníamos el salón lleno de vecinos y estábamos brindando con unas copas de cava, que no sé de donde había salido. Hasta subió el portero diciendo que estaban los de Telemadrid, que si podían subir a grabar en casa o bajábamos nosotros al portal.
A eso de las tres y media, y todavía sin comer, ya sólo quedábamos en casa mi mujer, mi hija con mis nietas que habían llegado para celebrarlo con nosotros, y yo que me había refugiado en la habitación del ordenador para escapar de tanto jaleo.
Mi mujer, había ido a comprobar que los décimos estaban en el cajon de la mesilla y los guardó en su caja fuerte, que es el bolsillo de un abrigo que tiene colgado en el fondo del armario. Esa noche casi no logré pegar el ojo.
Al día siguiente fuimos los dos a la Caja a depositar los décimos y nos dijeron que premio no eran un millón doscientos mil euros, sino novecientos ochenta y cuatro mil, porque Hacienda también jugaba con nosotros y le correspondían doscientos dieciséis mil euros a repartir entre todos los españoles.
En ese breve intervalo de tiempo ya habíamos recibido diversas solicitudes de ayudas y colaboraciones. Nuestros hijos habían insinuado sutilmente el saldo de sus hipotecas, del resto de la familia nos habían llegado las necesidades más perentorias; el párroco nos recordó lo de los diezmos y primicias y lo poco que se había recaudado en la campaña de Navidad de este año...
Yo que no soy demasiado tacaño, me di cuenta que me costaba atender todas las demandas que nos iban llegando.
- *Lo que pasa es que no debíais haber dicho nada*, nos dijo mi hijo, que es muy sensato y conoce mejor lo que hay que hacer en estos casos.
Mi mujer hizo una lista de lo que había que comprar, incluidos los regalos de Reyes y los aguinaldos que este año iban a ser mucho más generosos.
Y así fuimos pasando estos días de una Navidad mucho más ajetreada y menos tranquila que de costumbre, pero no por eso más feliz....
Y pasaron los meses. El saldo de las hipotecas de nuestros hijos están a cero. Nuestros nietos tienen una cartilla de ahorro con 30.000 euros cada uno. El párroco pensó, aunque no lo dijo, que podíamos haber sido un poco más generosos en nuestro donativo. En la familia noté un cierto descontento porque esperaban algo más de nuestra generosidad. Yo tengo un teléfono y un reloj nuevo que me dice si he andado ese día lo suficiente y si he tenido felices sueños. Mi mujer tiene un robot de cocina maravilloso que hace unas patatas a la riojana casi tan buenas como las que antes hacía en la olla exprés. Y ahora en la cuenta del banco tenemos unos cuantos euros más que tampoco nos rentan nada porque me resisto a ponerlos en un fondo de inversión para, por lo menos, no arriesgarme a perderlos.
Y me sigo diciendo:
- ¡Si yo no quería...!
Ah, y ya no me hablo con mi amigo Miguel.
Nota: Esto es un cuento, y lo he publicado antes de la fecha del sorteo de Navidad para que nadie se confunda, porque hay gente que se lo cree todo.
Otra nota: Hoy celebra su setenta y tantos cumpleaños un amigo. El verdadero premio de la lotería es contar con amigos que duran toda una vida. Felicidades, Jesús.