Edilberto era un personaje de alta alcurnia y baja estofa. Había nacido en una familia de rancia estirpe, aunque venida a menos por el mal vivir de su bisabuelo paterno que curiosamente también llevó su nombre y del que posiblemente heredó su baja condición moral.
Ya desde pequeño todos le conocieron por Berto y la pérdida del inicio de su nombre le privó, casi con seguridad, de llegar a ser edil del pueblo, como lo habían sido varios de sus ilustres e ilustrados ancestros.
Heredó, eso sí, la costumbre del mínimo esfuerzo y la holgazanería de la prístina tradición familiar y como con el paso de los años se habían perdido los caudales que habían permitido a sus antepasados holgar y mantener la prestancia de sus apellidos, el pobre Berto, ya sin el “Edil” se vio abocado a una vida de escasez rallana casi en la miseria.
Durante toda su vida maldijo a su tocayo y disoluto bisabuelo pero no intentó en ningún momento emular a sus otros ascendientes, que también los hubo, que si brillaron por sus virtudes y laboriosidad; con lo que solo dejó a la posteridad una amarga imagen de fracaso que fue el baldón que acompañó a su descendencia.
De nada sirve nacer rico si tú solo eres un pobre hombre. (Esta es la moraleja)