Sólo descansa un poco
las noches de bonanza.
Luego salta y se ríe,
y en el fondo de los acantilados
escupe, entre dientes de roca,
su espuma blanca.
Está borracho el mar:
Va dando tumbos
hasta caer sin fuerzas
sobre la rubia arena.
Después se va otra vez,
cansado de jugar
y de asustar barquillas,
y la luna le viste
un pijama de plata
para ver si se duerme
por fin.
Y no se duerme el mar.
Los guiños de luceros
y de estrellas traviesas
le invitan a cantar
con voz baja, profunda,
honda como las simas
de todos los abismos
de su alma marina.
Sólo tú, marinero,
escuchaste ese canto,
que alguien pensó
saldría de labios de sirena
y quedaste dormido,
entre aromas de algas
y caricias de brisas,
mecido suavemente
en sus brazos de agua.
Sólo tú, marinero,
oyes cantar al mar.
No se deben añadir más palabras, sólo admirar los bellos paisajes que nos ofrecen estas puestas de sol captadas este final de verano en el Mediterráneo. Los versos son de José Manuel de Lapuerta.