Pero ya, a finales de diciembre, llegaban los hielos y había que calentar agua en el fogón para que las mujeres pudieran lavar en el tinajón del patio.
A pesar de que los tapabocas apenas si nos dejaban ver, en nuestras orejas iban apareciendo unos hermosos sabañones sólo comparables a los que también “florecían” en nuestras menudas pantorrillas, apenas cubiertas por ligeros calcetines, o en nuestras manos, a pesar de los guantes de lana que casi siempre guardábamos en el cabás - nosotros decíamos “cabaz” -para poder jugar más libremente, al peón, a las canicas o a las “bastas”.
El monótono soniquete de la lotería, que sonaba sólo en la radio de alguna casa de los “ricos”, era el preludio. El día veinticuatro, muy temprano, llegaba nuestra abuela con un “nochebueno” para el desayuno. Ya por la tarde, se formaban grupos de niños, que pertrechados con panderetas y zambombas, se echaban a la calle para pedir el aguinaldo.
! Ande, ande, ande, la Marimorena,
ande, ande ande que es la Nochebuena !
Una “perra gorda” era la recompensa habitual después de cantar un villancico a la puerta de las casas; en ocasiones, el premio era un polvorón y una “palomita” de anís. Y cuando se encendían las luces de la calle, de todas las chimeneas se escapaban la fumata blanca que anunciaba la preparación de suculentos manjares. El olor a leña quemada se mezclaba con el sabroso olor a pepitoria que se estaba preparando con la mejor gallina del corral - para la comida de Navidad se preparaba un arroz con los menudillos - que iba a ser el centro de la Cena de Nochebuena. De primero, lombarda y de postre dulce de almendra, después de una ensalada de cardo; para terminar con unos dulces y la copita de anís que esa noche nos dejaban probar a los niños. Después de cenar se iba a la Misa del Gallo y a la vuelta se pasaba por la casa de los abuelos o de los tíos, por donde iban desfilando todos los familiares para felicitar las Pascuas, donde se jugaba al “Cuco” y donde no paraba de pasar la bandeja, esa noche, repleta de dulces que se habían preparado en la propia casa.
Las Navidades de la infancia siempre tendrán un recuerdo muy especial para todos. Nuestras Navidades de la posguerra eran más dulces, si cabe, y más alegres, porque contrastaban más con el anodino discurrir de una vida llena de privaciones y de carencias. Los niños éramos protagonistas en esos días, y nadie nos hacía callar, porque entonces no había televisión.
Y por eso, las campanadas de final de año las marcaba el viejo reloj de la torre que se instaló en el año 1890 por un relojero llamado Canseco, y por el que el Ayuntamiento pagó 1.950 Pesetas.
En todas las casas se montaba un nacimiento con sus figuritas -de barro - policromadas, casas de corcho y con musgo, que recogíamos en Valquejigoso, sobre el que pastaban ovejitas, que con los años, todas terminaban cojas de alguna pata.
Como es Nochebuena, os invito a todos a un postre muy especial. Es el dulce de almendras. Como es difícil que os podáis pasar todos por este apartado desierto, he pensado daros la receta para que cada uno lo pueda hacer en su casa, en su blog, en su jardín prohibido, entre blasones y heráldica, en el taller de pintura o junto a los gatos de su tejado.
No es la receta tradicional, es una receta a la que yo he añadido algunos detalles para hacerla más dulce, porque yo, como habréis deducido ya, soy bastante goloso.
DULCE de Almendras.
Un litro de leche
Dos cartuchos de mazapán (preparado para sopa de almendra)
Setenta y cinco gramos de pan del día anterior
Cuatro cucharadas de azúcar
Una rama de canela
Una cucharada de canela en polvo.
50 gramos de almendras tostadas.
Elaboración:
Se pone a cocer en un cazo la leche y se diluye el mazapán cuando está templada. Se añaden tres cucharadas de azúcar y una rama de canela y se deja cocer durante ocho o diez minutos sin dejar de remover.
Elaboración:
Se pone a cocer en un cazo la leche y se diluye el mazapán cuando está templada. Se añaden tres cucharadas de azúcar y una rama de canela y se deja cocer durante ocho o diez minutos sin dejar de remover.
Se prepara una bandeja de horno y se pica en ella el pan en pequeñas y finas rodajas. Se gratina en el horno, cuidando de que no se queme el pan.
Se añade al preparado de leche y mazapán y se mezcla con la ayuda de una cuchara de madera, dejandolo cocer hasta que la mezcla adquiere una consistencia jugosa, pero sin llegar a ser líquida. (Hay que tener en cuenta que cuando se enfría espesa un poco).
Se prepara una fuente extendida, de unos tres centímetros de fondo y se pone en el fondo una “película” de caramelo líquido y a continuación se vierte en ella el contenido del cazo, retirando previamente la rama de canela.
Se muelen las almendras en un molinillo, o se pican muy finas con un cuchillo, reservando dos almendras enteras por comensal. Se espolvorea sobre la fuente una cucharada de azúcar y otra de canela, se extienden por encima las almendras molidas y se mete al horno a 180 grados hasta que se dore; cuidando de que no se quemen las almendras.
Se pone en el frigorífico porque hay que servirlo frio.
Cuando se pone en los platos individuales se puede decorar con unos “hilitos” de caramelo líquido por encima, dos almendras tostadas enteras y una ramita de menta o una guinda en almíbar.
Nota: No tiene demasiada dificultad. Se tarda un poco, pero el resultado es fantástico... sobre todo para los muy golosos.