La obsolescencia programada u obsolescencia planificada es la determinación o programación del fin de la vida útil de un producto, de modo que, tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante durante la fase de diseño, este se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible y haya que comprar otro nuevo que lo sustituya.
El primer producto afectado por la obsolescencia programada fue la bombilla incandescente. Duraba demasiado y los fabricantes se pusieron de acuerdo en el año 1932 para establecer una duración de 1000 horas de uso.
Otro tanto ocurrió con el Nailon en el año 1938. La fibra era tan resistente que nadie necesitaba cambiar las medias, por lo que su diseñador DuPont fue obligado a rediseñar el material para hacerlo más frágil y conservar las ventas.
Posteriormente, se idearon nuevas técnicas de diseño y publicidad para impulsar el consumo de nuevos productos. Así las personas no eran obligadas, sino convencidas con diseños vanguardistas, características novedosas y nuevas tecnologías. Gradualmente el concepto de obsolescencia programada fue extendiéndose entre los fabricantes, lo que fue afectando la calidad y durabilidad de los productos desde entonces.
Pero estamos a punto de dar un salto cualitativo. Según una información, todavía secreta, de WikiLeaks, en el Fondo Monetario Internacional, se están realizando estudios e investigaciones para aplicar este sistema a la raza humana. Así se desprende también de las palabras de su Presidenta señora Lagarde, cuando dijo que había que “hacer algo ya, por el riesgo de que la gente viva más de lo esperado”.
Según ha podido saber la controvertida organización mediática internacional que, como todos saben, se dedica a publicar a través de su web informes anónimos y filtraciones con contenido sensible en materia de interés público, en el Organismo Mundial se están estudiando varias propuestas para atajar la superpoblación del planeta.
Según esa misma fuente, el proyecto que tiene mayor número de adhesiones es el que propone colocar a los recién nacidos un microchip, con unos algoritmos integrados que determine la caducidad del individuo teniendo en cuenta sus variables físicas y mentales.
Lo que aún no tienen determinadas son las medidas necesarias a adoptar para que el sistema de implantación sea aplicable en todo el mundo.
Otro motivo de discusión es la caducidad definitiva que se aplicará a los individuos, aunque son los 75 años la edad que consideran idónea para que la economía mundial mantenga el equilibrio necesario para la subsistencia del género humano.
Aunque no se ha podido conocer con exactitud, también se baraja la posibilidad de que en dichos microchips se pueda incluir una variable que permita a las clases dominantes hacer una excepción con sus descendientes, a la hora de la determinación de su caducidad final.
NOTA DE LA REDACCIÓN: No os lo creáis, pero si no es esto, algo se inventarán. Ya lo veréis, aunque lo llamen de otra forma, como eutanasia programada o algo así.