Hace unos días os mostraba una poesía de Gonzalo Jimenez. Ahora os presento una poesía religiosa que escribió en la Semana Santa del año 1950.
Él la tituló:
CONDENA, PASION Y MUERTE DEL REY DE REYES.
Se la dedicó a su amigo Teresiano García Marcó, en prueba de las más desinteresada y leal amistad.
¿Qué tribunal era aquel
que a Jesús ha sentenciado?
¿Qué crimen cometió Él
para verse condenado
a muerte? Fue tan cruel
aquel proceso sin nombre,
que llegaron a matar
a quien vino a predicar
el amor entre los hombres.
Niegan el poder sagrado
que Dios otorgó a Jesús,
y aquellos viles soldados,
despreciando su virtud
le echan a hombros la Cruz
donde ha de morir clavado.
Sufre Él con calma piadosa
insultos y vejaciones,
y alzando su faz hermosa
ruega a su padre perdone
a esos hombres tan malvados
de perversas intenciones,
que, por envidia cegados,
lo dejan abandonado
en manos de unos sayones.
¡Muera el Nazareno! ¡Muera!
grita la turba con fuero,
y al gritar aquellas fieras
en su trágica carrera,
bajo el peso del madero
cae Jesús por vez primera,
y en el polvo del camino,
tras de un clamor inhumano,
hunde su rostro divino
como un vulgar asesino
el más Grande Soberano.
¿Hay quien pueda imaginar
el dolor que sufría
la Virgen, al encontrar
a su hijo?... Es María
la mujer más abnegada,
es la madre traspasada
por siete agudos puñales,
que ve en manos criminal
esa quien con afán buscaba,
y las lágrimas que vierten
aquellos ojos llorosos
allí se quedan ardientes
como perlas trasparentes
en aquel su rostro hermoso.
Ya, camino del Calvario,
en la calle la Amargura,
surgen entre los sicarios
aquel hombre voluntario
que a llevar la cruz le ayuda.
¡Dios del cielo, bondadoso!
Si alguna vez soy yo reo
de un delito deshonroso.
se Tú, señor, generoso,
de mi cruz el Cirineo.
Sudoroso y jadeante
por el peso de la carga
marcha Jesús vacilante,
gustando la hiel amarga
que le han dado unos bandidos;
cuando a su paso ha salido
una mujer a limpiar
su cara, y al retirar
el paño que el favor hizo,
queda en su centro estampado
aquel rostro venerado
igual que un mágico hechizo.
Siente el Señor el tormento
de los golpes homicidas
y de su pecho al momento
sale un rezo, no un lamento
en su segunda caída.
Quisiera pedirte, ¡oh Dios!,
que tú mi aflicción consueles
como a las santas mujeres
de Jerusalem, Señor.
Mira el pueblo divertido
la sangre que el Salvador
lleva en su rostro curtido
cuando al suelo acogedor
vencido por el dolor,
por tercera vez ha caído.
¡Piedad!, pedimos, Señor,
a tu infinita bondad
para el mundo pecador,
¡Piedad ! para el Redentor
y para todos, ¡piedad!
Es la túnica arrancada
de aquel su cuerpo bendito
y su espalda lacerada
es otra vez azotada
con un furor inaudito.
En la cruz lo han colocado;
su cuerpo martirizado
sin compasión, es tendido,
quedando en ella incrustado
de piez y manos calvado
y en Cristo Rey convertido.
Tiembla el universo entero,
la tierra toda oscurece,
pues allí en aquel madero
el Dios-Hijo verdadero
inclina al suelo su frente,
y cuando su cuerpo inerte
lo desgarra el sufrimiento
sin proferir un lamento,
cae en brazo de la muerte.
Cristo ha muerto, y da pavor
el silencio que se advierte,
es un silencio tan fuerte
que ni siquiera el rumor
de unos sollozos se sienten.
Sí, sollozos que salían
de los labios de María,
pues viendo al hijo querido
que es de la la cruz descendido
lo ha recogido en sus brazos
y lo acuna en su regazo
cual si estuviera dormido.
¡Oh Virgen y Madre mía!
con el alma desgarrada
allí has quedado postrada
al pie de la cruz vacía..
Vuélvote Madre a encontrar
toda vestida de luto
al lado de aquel sepulcro,
que más bien es un altar
donde has venido a rezar
y, que caída de hinojos,
no pueden, secos tus ojos,
más lágrimas derramar;
y tu inmensa soledad
se adentra en el alma mía,
sintiendo ¡dulce María!
que también voy a llorar.
¡Piedad! le pide Señor,
a tu infinita bondad
la madre del Redentor
para el mundo pecador
y para todos, ¡Piedad!
Las fotografía corresponden a dos escenas de la representación de la Pasión de Chinchón.