Hoy es Viernes Santo. Las calles y las plazas de todos nuestros pueblos se van a llenar de imágenes que las recorrerán en procesión a hombros de esforzados "costaleros" y acompañados por sufridos penitentes; unos con los pies descalzos, otros flagelando sus carnes, otros debajo de capirotes de distintos colores, ante la mirada curiosa o displicente de turistas y curiosos.
No creo que nadie se atreva a cuestionar la belleza de las imágenes que se exhiben en las procesiones de la Semana Santa, en las distintas regiones de España.
Desde Salzillo a Gregorio Fernández podemos admirar una sucesión de imágenes de cuyo valor estético es difícil escapar. Por otra parte, la organización de las procesiones en la práctica totalidad de las ciudades españolas rivalizan en boato y ostentación, haciendo que los visitantes y turistas queden admirados por este espectáculo lleno de colorido y, en la mayoría de los casos, de seriedad y buen gusto.
A la belleza y riqueza de las imágenes hay que añadir el atractivo de los trajes de los penitentes y las mantillas de las mujeres que acompañan los distintos pasos procesionales, que son denominados por los organizadores como “estaciones de penitencia”.
Esta calificación es lo primero, que a mi entender, empieza a poder ser cuestionado. Por supuesto que nadie puede entrar en los sentimientos de todos y cada uno de los participantes de las procesiones, pero lo que trasciende de la actitud de la mayoría de los que participan, más parecería una manifestación festiva de ostentación y vanidad.
¿Pero quién se atrevería a cuestionar las procesiones de Semana Santa? Seguro que todo el mundo se pondría en su contra. Y cuando digo todo el mundo, quiero decir los comerciantes, los ayuntamientos y todos los que viven del turismo, ya que estas manifestaciones ¿religiosas? son uno de los reclamos turísticos más importantes de todo el año.
¿Y qué dicen las autoridades religiosas? Nada. No dicen nada, porque quieren creer que todos los que asisten y participan en estas “representaciones” son los fieles adictos a su doctrina que no dudan en lanzarse a la calle para hacer ostentación de sus creencias. Incluso, algunos este año, se van a poner un lazo blanco en la solapa para protestar contra la ley de regularización del aborto que está elaborando el gobierno.
En este sentido os trascribo un pequeño extracto de un artículo que publicaba el diario El País del día 2 de abril, titulado: “Abortos y otras malformaciones", firmado por Fernando Savater, que decía:
“Pero de nuevo se plantea el papel público de esta influyente entidad privada.(La Iglesia) Por ejemplo, las procesiones de Semana Santa: o bien son una manifestación folclórica como los sanfermines, que imponen en algunas ciudades limitaciones a la vida urbana de cierto peso y no por todos aceptadas con el mismo entusiasmo, o bien son una expresión de dogmas de alcance social y político sectario que ni las autoridades ni el resto de la ciudadanía tienen que acatar como algo perentorio y universal. Hay mucha gente que se resigna a las vírgenes apuñaladas y cristos ensangrentados como una tradición festiva, pese a su lúgubre aspecto, pero no se les puede pedir que se entusiasmen con ellas si las ven utilizadas contra su propio derecho a la libertad de conciencia”.