La Semana Santa ya no es lo que era. Ahora todo se diluye en unos días de puente y vacaciones, donde miramos al cielo, no para implorar la gracia del Señor, sino para ver si la meteorología nos va a fastidiar nuestros días de asueto, descanso y diversion.
Pero hoy Viernes Santo, recordando tiempos ya demasiado antiguos, he decidido hacer una meditación como nos aconsejaban cuando éramos pequeños y me he cogido una vieja Biblia que anda medio pérdida en los estantes de mi biblioteca, y en el versículo 27 del capítulo primero del Génesis he leído: “Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”
Y me he puesto a meditar. Y no, no puedo estar de acuerdo con el Génesis. No es posible que todo un Dios pueda ser tan imperfecto como su obra. Y después de mucho meditar he llegado a la conclusión de que fue al revés; los hombres hicimos un Dios a nuestra imagen, creamos a un Dios a imagen nuestra, con nuestros mismos defectos, con nuestras mismas limitaciones.
No es concebible un Dios tan vengativo, ni tan narcisista, ni tan voluble, ni tan folclórico.
En estos días de la Semana Santa, además de irte al pueblo, a la playa o a una casa rural, te tienes que entretener con las retransmisiones de las procesiones de todas las ciudades de España que nos brindan las cadenas de televisión. Yo, la otra tarde estuve un rato viendo Telemadrid, cuando una imagen salía de su iglesia, y como era demasiado alta, los costaleros se tenían que arrastrar (literalmente) para sacar la imagen del templo, mientras los asistentes rompían en aplausos y los comentaristas henchidos de fervor elogiaban a esos costaleros que se exponían a una grave lesión de columna, lo que, según los mismos locutores era una demostración de fervor y religiosidad.
Yo que no compartía ese criterio, me dio por pensar si ese Dios, que nos creó a su imagen y semejanza o al que nosotros creamos a la nuestra, estaría disfrutando del “sacrificio” de sus devotos o pensaría que eso no tiene ningún sentido religioso, sino que es más bien un espectáculo circense que nada tiene que ver con la religiosidad que se supone debería ser la que marcara el sentido de esta Semana Santa, aunque estemos ya en el siglo XXI.
Y como veía que mi meditación no me iba a llevar a unas conclusiones demasiado ortodoxas, pensé dejar mis meditaciones para el año que viene, y durante este próximo año seguiré pensando si tiene razón el Génesis o la tengo yo.