Mi concepto religioso difiere del sentido folclórico que tradicionalmente se ha venido dando a las festividades religiosas. Las procesiones son manifestaciones atávicas de tiempos en los que la incultura reinaba en el pueblo y había que adoctrinar al personal con imágenes y sentimientos más que con argumentos y razones. Algo parecido con los belenes, las romerías y las representaciones vivientes de hechos históricos de carácter religioso.
Todas estas manifestaciones, que yo llamo folclóricas, han ido perdiendo con el tiempo su carácter propiamente religioso, para convertirse en celebraciones sociales que cada vez se apartan más de su espíritu genuino.
Las procesiones de Semana Santa se han convertido en atracción turística en la mayoría, por no decir todas, de las ciudades en las que se celebran. Incluso, en los últimos tiempos, se están promocionando, como ocurre en Madrid, y por motivos puramente turísticos, una tradición procesional que nunca había tenido demasiada importancia, más allá de lo estrictamente religioso a nivel de los barrios.
¿Y para que vamos a hablar de las imágenes y su ornamentación; que contrastan con la doctrina de Cristo en cuanto a ostentación y despilfarro?
Pero ahora estamos hablando de la Navidad. Tradicionalmente, en casi todas las casas de ponía el Belen. Ahora, en casi todas ha sido sustituido por el árbol de navidad. Se pedían los regalos a los Reyes Magos, y ahora lo hacemos a Papá Noel, nos felicitábamos con Christmas en los que aparecía el Misterio, con sus angelitos y sus estrellas, y ahora, ya casi en todos ha desaparecido El Niño Jesús, incluso la mula y el buey; aunque no falten las estrellas, las bolas de colores y las coronas de muérdago.
Últimamente, los belenes también se han convertido en atracción turística y en tema de concurso, y podemos deleitarnos con los extraordinarios montajes que se hacen en distintas ciudades que los promocionan como una atracción turística más. Aunque todavía perviven aquellos tradicionales belenes de antaño, como el que todos los años nos regalan las monjitas clarisas del Convento de Chinchón.
O sea, que del espíritu religioso de la navidad ya sólo va quedando el folclore, lo superficial, y como mucho, ese íntimo deseo de ser un poco menos malos, porque muy dentro de nosotros todavía llevamos impreso aquello que de pequeños nos enseñaron.
Así que, cuando llega la navidad, entre abetos, purpurina, bolas de plástico, lazos de colores, luces parpadeantes, turrón de guilache y polvorones, una copita de cava y las felicitaciones de los amigos, yo todavía me acuerdo de los “nochebuenos” (torta en forma de muñecos) que nos traía mi abuela María el día de Navidad, y del nacimiento que ponía mi madre, con sus montañas de cartón, su castillo de Herodes y el pastor con sus ovejas, la mayoría ya sin patas que había que clavarlas en el serrín del camino para que se tuviesen en pie; y en el centro, el portal de Belen, con la Virgen,San José y El Niño Jesús, entre la mula y el buey, y encima una estrella de cartón forrada de papel de plata... y los villancicos....