Nadie discute la genialidad de la pintura de Picasso, ni la de Maradona con el balón, ni las dotes vocales de Placido Domingo. Así podríamos hablar de la música de Mozart, del tenis de Nadal, de la prosa de Gabriel García Márquez, de la poesía de Lorca, de la escultura de Miguel Ángel y de tantos y tantos que destacaron en la historia en su ámbito profesional.
Lo que pasa es que todos estos personajes, además de su faceta profesional tuvieron una vida privada; en unos casos, prácticamente desconocida y, en otros, demasiado; y en algunos de ellos, ambas no fueron al unísono en cuanto a la valoración moral que se podía hacer de ellas, y nos encontramos que esa vida privada puede no estar a la altura de la excelencia de su vida pública.
Algunos de estos personajes podían ser mezquinos, taimados, tacaños; en una palabra, malas personas. Y si podían ser ejemplo por lo sublime de su obra, son malos ejemplos para imitar sus conductas.
Existe la tendencia maniqueísta de hacer que todo es bueno o es malo. Si es un fenómeno como futbolista, ya es un Dios para nosotros, (véase el ejemplo Maradona); y si es un mujeriego, no hay que dejarle cantar.
Hay personajes que alcanzaron las más altas cimas en las artes, en el deporte, incluso en la ciencia y en la política, que después hemos conocido que en su vida personal, familiar y social dejaban mucho que desear. Antes era difícil conocer esas facetas de su vida, ahora que estamos expuestos a las redes sociales, es mucho más fácil que se conozcan todas las mezquindades de cualquiera, aunque sea admirado por su genialidad en cualquiera de las actividades en que se mueva.
¿Habría que prescindir de la música, de la pintura, de la literatura, del arte en cualquiera de sus facetas, porque sus autores fueran unos borrachos, unos mujeriegos, incluso unos desechos morales en su vida privada?
Hay mucho fariseismo y mucha hipocresía; y muchos que han ocultado las miserias de esos famosos, se rasgan las vestiduras cuando ya son de dominio público; aparte de la doble moral que existe para juzgar el comportamiento de las personas en función de su estado y posición social.
Lo que ya no me parece tan bien es, que porque a un señor se le de muy bien colar el balón en la canasta o haya compuesto una preciosa canción de éxito, se le siente en una tertulia para que opine de todo lo divino y de lo humano.
Claro está que es casi igual que un político, que haya tenido que retirarse por causa de su dudosa moralidad, se atreva a dar lecciones de comportamiento a las sufridas audiencias.
Es que es muy difícil encontrar buenos ejemplos.