Eran los tiempos en que las
milicias romanas dominaban el mundo. Todo el mundo conocido. Incluso llegaron a
dominar un pequeño lugar inhóspito y poblado por una raza altiva y nómada que durante
siglos había vagado por el desierto esperando la llegada de un mesías que les
libraría de la opresión, según estaba profetizado en sus libros sagrados, que
se remontaban hasta el principio de los tiempos. Un pueblo que adoraba a un
solo dios y que se consideraba escogido por el creador del universo para ser el
guardián de la verdadera religión.
Este pueblo había escrito su
historia justificando todos los acontecimientos por la intervención divina,
atribuyendo sus victorias a los favores que dios les dispensaba y sus derrotas
al castigo merecido por sus pecados. Una religión de estas características
tenía, necesariamente, que organizar toda la vida social, política, económica y
religiosa del pueblo. Y esta religión era la que prevalecía en el pueblo cuando
va a comenzar nuestra historia. No he dicho, pero casi no hace falta, que
estamos en el reino de Judá en lo que después sería conocido como año cero de
nuestra era.
Eran tiempos revueltos y cuentan
que en un pequeño pueblo llamado Belén, una joven desposada con un carpintero, dio a luz a un
niño al que le dieron el nombre Jhosua. De este acontecimiento, después, se
contaron muchas historias de pastores despertados por ángeles y de estrellas
predecesoras de los modernos “gps” para mostrar el camino a unos magos que
llegaron de Oriente con ricos presentes para el recién nacido. Historias, por
otra parte, difícilmente creíbles, por lo inverosímil de lo que narran y por
los detalles fantásticos con que estaban adornadas.
Este niño, que vivió en otro pequeño
lugar llamado Nazaret, debía ser bastante despierto y debió sentir curiosidad
por conocer en profundidad las bases de la religión de su pueblo. Aunque no lo
dice ninguna de las historias que nos han llegado de su edad juvenil, sus
padres le debieron enviar a alguna escuela para que los rabinos le enseñasen
las escrituras sagradas, porque años después demostró tener un profundo
conocimiento de las mismas.
Curiosamente, después de las
anécdotas de su nacimiento, apenas si tenemos noticias de su vida hasta su
madurez. Pero si leemos con detenimiento su historia, nos encontramos con un
hombre muy normal, que pasó desapercibido durante la mayor parte de su vida y
que es de presuponer que debería hacer las cosas normales que hacían sus
conciudadanos. En sus años de juventud debió tontear con las jóvenes de su
pueblo y es normal que se casase con una de ellas. No demostraba demasiado
respeto con las normas de conducta que propugnaba la religión y, a pesar de ser
de carácter afable y respetuoso con los demás, sólo se nos muestra colérico y
airado cuando ataca a los representantes de la religión.
Decía San Pablo que si Jesús no
hubiese resucitado, la fe en su doctrina era vana, pero enseguida aseguraba que
Jesús había resucitado. Porque Jesús era Dios. Ya hemos dicho que cuando nace
Jesús, el pueblo judío esperaba ardientemente al mesías liberador. Jesús era un
hombre excepcional, un gran profeta. Su doctrina suponía una ruptura real con
la religión judía. En numerosas ocasiones oponía sus enseñanzas a la ley
antigua. Solía comentar: La ley dice.... pero yo os digo.... y llamó a sus
enseñanzas ¨la buena nueva”, asegurando que venía a liberar a los hombres de la
tiranía de una religión demasiado formalista y carente muchas veces de
contenido real.
Jesús no dijo nunca que él fuese
dios. Aseguró ser el “hijo del hombre” y ser el enviado del padre. Pero también
dijo que todos los hombres eran hijos de dios. Entonces la pregunta sería: ¿Y
si Jesús no era dios, si no resucitó, si la religión cristiana está basada en
una teoría falsa, no vale nada lo que dijo, no valen sus enseñanzas?
En los evangelios son constantes
las referencias a los libros del antiguo testamento y se intenta justificar que
en Jesús se cumplían todas las profecías de la religión judía. No obstante, hay
que convenir que lo que se narra en los viejos libros de la Biblia son
historias y leyendas de un pueblo que históricamente ha querido justificar sus
aventuras y desventuras por la intervención de un dios que les había escogido
como pueblo predestinado a trasmitir sus enseñanzas. Pero la historia real
contradice en demasiadas ocasiones esa tradición.
Si Jesús proponía una nueva forma
de entender la moralidad y la relación del hombre con dios, que distaba en gran
manera con la religión de su pueblo, ¿por qué sus seguidores se apoyaron en la religión judía como base de
la cristiana? Si nos molestamos en separar todos los rastros de la antigua
religión nos quedarían unas enseñanzas morales absolutamente válidas y que
fácilmente podrían se admitidas por todos los hombres porque se basan en la ley
natural del respeto a los demás.
En este caso, si despojamos a las
enseñanzas de Jesús de todas las referencias mágicas, de todos los componentes
sobrenaturales, lógicamente nos quedamos sin religión. Serían unas enseñanzas laicas.
Unas enseñanzas que conforman una
precisa y tradicional escala de valores, que son generalmente aceptadas en la
mayoría de las culturas, y que sobre todo, en la civilización occidental han
marcado secularmente la pauta oficial de conducta de nuestra sociedad.
Continúa... Mañana.
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