Cuando éramos pequeños, y de eso hace ya muchos años, allá por los cincuenta del siglo pasado, también nos gustaban las “chuches”. Pero entonces no eran como las de ahora, con esos envoltorios de colores tan atractivos, ni bolsas tan grandes. Entonces, con una perra gorda, o sea diez céntimos de peseta, (que yo creo que no hay ceros a la izquierda para convertirlos en euros), te podían dar unas bolitas de anís y poco más.
Había golosinas naturales que las podías conseguir en el campo. Desde los quijones con su sabor anisado, a la parte blanca de las flores de las malvas con su sabor dulzón, al paloduz que también te lo vendían en los puestos de golosina con su característico sabor a regaliz, que te podía durar toda una tarde chupando el palito que se le sacaba punta como a los lápices; o las algarrobas que se caían de los árboles cuando estaban ya maduras...
Lógicamente, también comíamos las moras de las morenas con cuyas hojas alimentábamos a los gusanos de seda que guardábamos en una caja de zapatos, y las zarzamoras que abundaban por la Fuente Pata y Valdezarza, y los higos de las higueras, y las uvas, sobre todo cuando de hacían pasas, y las habas tiernas que podíamos coger en el secano, cerca del pueblo.... y los almendrucos y las nueces a las que teníamos que sacar de su gruesa cáscara verdosa.... en fin que teníamos una gran variedad de chuches y además, gratis.
También comíamos los “tostones” unos dulces típicos de la fiesta de San Antón, que estaban hechos de cañamones y miel, y los dulces de malvavisco y gallitos de caramelo de azúcar tostado, que vendía por las calles un hombre mayor que venía de Colmenar de Oreja, en un borrico.
En las fiestas también llegaban los puestos de golosinas con sus milhojas de merengue, las almendras garrapiñadas y las garrotas de caramelo.
Las otras, las chuches verdad, las comprábamos a la tía Nuncia que ponía su puesto en la columna de los franceses, allí preparaba su cesta de mimbre sobre una pequeña mesita de madera, y se sentaba en un pequeño asiento de anea, esperando que llegasen los niños con su perra gorda para comprar las bolitas de anís, los pirulís y los chicles de "Bazoca" que cortaba con un cuchillo en trozos pequeños para poderlos vender más baratos.
Y la tía Mariana, a la puerta de su casa, también sacaba su cesta con chucherías y una mesita donde colocaba una pequeña ruleta de construcción artesanal, donde ponía en cada casilla una golosina, y lo anunciaba:
- “A realito, y siempre toca”…
Años después el tío Huete montó un puesto de chucherías en una especie de carromato de color verde, que colocaba en el centro de los soportales; eran los primeros indicios del desarrollo, de las multinacionales y de la globalización.
Ahora compramos las chuches a nuestros nietos en el supermercado.
Pero hoy he querido recordar aquellos lejanos tiempos en que éramos niños y también nos gustaban las chuches.