El otro día estuve en el médico y me dijo que tenía que comprarme una cinta andadora eléctrica. Es que le dije que no me gustaba salir a caminar, porque en mi pueblo hay muchas cuestas y muchas piedras que le hacen prácticamente impracticable.
También me dijo que tenía que beber más agua y que tenía que dejar de fumar, aunque tuvo que rectificar porque le aseguré que no fumaba desde los veinte años y que nunca me faltaba una botella de agua a mano durante todo el día.
Pero a lo que íbamos; me aseguró que estas máquinas están muy bien pensadas; te dicen los kilómetros que has andado, las calorías que has quemado; te mide el ritmo cardiaco, los vatios que consumes y hasta la reducción del colesterol -malo- en la sangre.
Vamos que me lo "vendió" tan bien que desde la consulta me fui al Corte Inglés y me compré la más moderna, que además te hablaba en euskera, si tú querías.
Tardaron una semana en servírmela y les dije a los del transporte que me la instalasen delante del televisor, como me había recomendado el doctor.
Habían pasado ya por lo menos veinte días y yo, la verdad, no apreciaba ningún beneficio ni la más mínima mejoría en mi estado general; incluso yo creo que había ganado algún kilo y todo.
Y llame al médico para decírselo.
Estuvo muy amable y condescendiente, pero luego se puso demasiado enérgico y terminó diciéndome que es que ¡yo me tenía que subir encima de la máquina andadora!
¡Toma, así cualquiera!