Así titulaba ayer su crónica en ABC, Ignacio Ruiz-Quintano sobre el Festival de Chinchón. Es un enfoque nuevo y simpático, que me ha parecido interesante, por lo que lo he copiado para todos vosotros. Ya digo, lo tituló:
EL CALLEJÓN DE CHINCHÓN
El festival taurino de Chinchón es una tradición (lo que no es tradición es plagio) que resiste en este tiempo que vivimos, cuando la confusión ha hecho ya su obra maestra.
Caridad bizarra, esta vez para las monjas clarisas, de unos ases del toreo vestidos de corto, y en la plaza, el derecho consuetudinario de requisa y acceso de balcones, con la plebe de a quince euros la general zascandilando por el callejón, entre mozos de espadas, civilones de guardia y banderilleros cayendo del olivo en traje de novio.
Los hombres del campo presumen de mantener contra el viento y la marea una ley que en día de toros les concede ciudadanía de callejón, que es esta democracia chinchonera que por quince euros iguala a todo el mundo contra las tablas traídas de la vieja plaza de Madrid, como en un fusiladero de Goya.
El callejón de Madrid sigue siendo una merienda de señoritos a la espera de una Revolución Francesa que nunca va a llegar, y de ese espectáculo deprimente nos recuperamos cada año en el callejón de Chinchón, donde un jurado popular (todo aquel que haya pagado quince euros) jalea su Ilustración táurica a las figuras del toreo al modo que tanto impresionó a Montherlant, quien la primera vez que fue a los toros, y al oír a la gente mandar ( “Saca más vara”, “llévalo a las tablas”, “con la izquierda”, “por alto”, “por bajo”…), sacó la impresión de que en España todo el mundo sabía torear… menos los toreros.
Otro, el tal Montherlant, que tampoco se enteró de nada.
Las fotografías que ilustran el artículo son de m.carrasco.m. y corresponden a los festivales de los años 2004, 2009 y 2010.