No se puede negar que llegar a septuagenario tiene muchas desventajas. Empiezan o siguen los achaques de los años anteriores: los dolores en las piernas, se te olvidan las cosas, tienes que llevar las gafas colgadas del cuello porque cada día ves manos, en fin, todo un fastidio, que poco a poco te van haciendo la vida cada vez menos llevadera.
Pero eso para los escritores es diferente. Para los que escribimos, todos esos inconvenientes no son nada comparados con las ventajas que obtenemos.
Cuando te dedicas a escribir tienes que ir buscando la inspiración en todo lo que ocurre a tu alrededor, mirando lo que pasa por la calle, escuchando lo que dicen tus hijos, tus nietos o tu mujer, o estando muy atentos a cualquier anécdota que te cuenten los amigos.
Pero llegas a septuagenario y ya no hace falta buscar ideas fuera, a partir de este momento solo con fijarte en lo que te pasa a ti, encuentras suficientes historias para escribir todos los relatos que quieras.
Hace unos días os contaba mis tribulaciones con el prospecto de unas pastillas que me mandaron por un dolor de la rodilla que a Dios gracias ya ha mejorado muchísimo. Pero el otro día mi hijo me tuvo que llevar a urgencias porque, sin saber por qué, se. me empezó a caer el párpado del ojo derecho.
Me dijeron que eso era "ptosis palpebral", lo cual me asusto bastante porque yo creo que los médicos se han encargado de poner esos nombres tan raros para darse importancia, con lo fácil que hubiera sido llamarlo "párpado vago", por ejemplo.
El caso es que después estuve en el oftalmólogo y en el neurólogo que confirmaron la dolencia y me recetaron una resonancia magnética del cráneo y un análisis de sangre tan especial que me tuvieron que hacer una autorización especial en la Inspección médica.
A mi no me habían hecho nunca una resonancia y por lo que había oído a los amigos iba con un poco de prevención. Una enfermera muy simpática, me indico que debía desprenderme de todos los elementos metálicos que llevase, me dio la tradicional bata verde y me tumbe en una especie de camilla cubierta muy parecida a una nave espacial, y me dijo que me relajase.
No llevaba ni diez minutos allí tendido, rodeado de ruidos extraños que parecían salir de los bafles de una discoteca, cuando vi que un señor que debía ser medico porque iba con bata blanca, se acercó a mi y comprobó si mi cabeza estaba bien colocada. Después note que varias personas mas llegaban a la cabina desde donde vigilaban el proceso y a partir de ese momento aquello se parecía más a la romería del Rocío que a la sala de un hospital.
Después de repetirme la resonancia tres veces más, y cada vez con mayor expectación, la enfermera simpática, pero ahora con cara de circunstancias me dijo que pasase al despacho del doctor.
Me estaba esperando y me invito a sentarme.
- Tengo que confesarle que es la primera vez que me ocurre en mi vida...
Hizo una pequeña pausa y yo me seguí asustando cada vez mas.
- Tiene la cabeza vacía... No me lo puedo explicar, pero usted no tiene cerebro... Su cabeza esta hueca... Solo hay aire.
Yo, desde que me jubile, había ido olvidando todo lo referente al trabajo y se debió ir dejando un vacío que seguramente no fui llenando con nada, pero de ahí a tener la cabeza hueca...
A la semana siguiente recibí una llamada urgente de la dirección del hospital. Me recibió en su despacho y le encontré muy apesadumbrado; el pobre no sabia como disculparse.
- Ha sido un fallo incomprensible, nadie sabe como explicarlo, pero el aparato de la resonancia magnética estaba defectuoso; lo hemos comprobado. Usted no tiene la cabeza hueca.
Me pidió mil disculpas, me suplico que no demandase al hospital, se ofreció para repetirme las pruebas y puso a mi disposición toda su organización para solucionar mi problema.
Pero esa es otra historia, ahora ya estoy tranquilo aunque siempre supe que yo no tenía la cabeza vacía; cómo si no, iba a escribir tantos relatos... Aunque pensándolo bien... ¡A lo mejor, por eso son tan malos!