Había alcanzado, aunque él nunca lo hubiera deseado, la provecta edad de los noventa años; aunque todos le decían que no los aparentaba, ni mucho menos. Su vida era, aparentemente, tranquila, sosegada y plácida; su situación económica, estable y sin sobresaltos, y su estado mental, también aparentemente, equilibrado y acorde con su edad, porque alguna que otra laguna tenía en la memoria y cada día se olvidaba más de las cosas que tenía que hacer. No, en cambio, de los hechos pasados, cuanto más lejanos mejor, que parecían estar más presentes que nunca en sus pensamientos.
La realidad es que su vida interior se había vuelto agitada en los últimos tiempos. Sin saber muy bien por qué, hacía unos meses que estaba reviviendo, pasó a paso, las distintas épocas de su vida. Era como si las volviese a vivir, con los mismos sentimientos, con las mismas angustias, con las mismas satisfacciones de cuando las vivió por primera vez.
Y desde pequeño. Los primeros pasos, las primeras palabras, las mismas carencias, el primer coscorrón y las primeras aventuras infantiles. Claro está que ahora las vivía un poco más deprisa; en una semana se atrevía con dos o tres años de vida, aunque había algunas vivencias que casi vivía en tiempo real.
Y no se lo dijo a nadie. Su mujer, hacia ya tiempo que se había encerrado en sus oscuros pensamientos y apenas si se comunicaba con el mundo exterior. Sus hijos, apenas si venían cada dos o tres semanas a visitarlos. Y las enfermeras se limitaban a tenerles limpios y alimentarles lo necesario para que fuesen sobreviviendo, que era una forma de garantizar su permanencia en la residencia.
Sindo, como siempre le habían llamado, nunca fue muy hablador y ahora menos todavía. Así que apenas si nadie notaba lo que cada día iba pasando por su cabeza. Tenía momentos en que sus rostro manifestaba alegría, otros, dolor; otros parecía embelesado y con cara de carnero a medio morir.
- Mira Sindo, ¿Qué estará pensando? Parece un colegial.
Y es que ahora estaba viviendo cuando se declaró a Elvira. Ella ahora estaba allí sentada a su lado, pero él prefería recordarla cuando iba a buscarla a la salida del colegio, con sus trenzas y sus calcetines hasta las rodillas.
Ayer se le saltaron las lágrimas, y es que le habían despedido del trabajo y no sabía muy bien cómo iban a salir adelante con los tres niños tan pequeños.
El hubiera preferido olvidarse de todo, tener su cabeza vacía, como la de Elvira. Como mucho, soñar algo por las noches, como antes, pero que después, a la mañana siguiente ya no se acordaba de nada.
Ahora sabía que al día siguiente volvería a revivir otro pedacito de su vida, y ya había sido lo suficientemente larga para tenerla que volver a vivir de nuevo.
Sólo parecía sosegarse cuando cogía la mano de Elvira. Y eso a él ya le parecía suficiente.