A la caída de la tarde, desde la ventana de mi habitación, escondido detrás de los visillos, la veía pasar todos los días. Con su abrigo de cuadros escoceses, su bufanda marrón, sus guantes de lana y su bolso colgado en el hombro derecho. A veces también se recogía el pelo debajo de una gorra, también de lana, a juego con el abrigo. Caminaba despacio, como degustando cada uno de sus pasos. Sus botas de piel oscura iban dejando las huellas de sus pisadas en la humedad del suelo, que pronto se desvanecían como absorbidas por el ambiente cálido del preludio de la noche.
Apenas si hablaba con nadie; como mucho un adiós esbozado en un levantar la cabeza y una sonrisa que, sin querer, se le solía escapar de los labios, cuando se cruzaba con alguien, que debía ser conocido.
Siempre iba sola. Solo un día la acompañaba otra mujer de la que no tardó en despedirse con un beso apresurado y sin volver la vista atrás, a pesar de que la otra se quedó esperando con la mano presta para devolver su saludo.
Siempre a la misma hora. Puntual. Debía venir del trabajo y volver a su casa; o salir de casa para ir a un trabajo nocturno.
Y llegó la primavera. El olor de las hierbas recién cortadas del parque se empezó a mezclar con el aroma de las primeras rosas de las macetas de mi terraza. Ella cambio el abrigo de paño escocés por un suéter y los pantalones por una falda que luchaba por llegar a sus rodillas. La gorra se convirtió en un pañuelo y sus botas, en sandalias de diseño. Su pelo, largo y lacio no se dejaba domeñar por el pañuelo y le caía sobre los hombros al ritmo del viento.
Yo continuaba allí, detrás de las cortinas, con mi cara pegada a los cristales de la ventana, esperando a que llegase, cada tarde, su figura, que aparecía siempre por detrás de las acacias del paseo, hasta que se perdía en lo profundo del bulevar.
Nunca la llegue a conocer. Nunca me atreví a bajar a la calle. Un día, ya en el verano, desapareció y no volví a verla. Pero hoy, después de tanto tiempo aún la sigo recordando con su pelo al viento y creo adivinar todavía, cuando llueve, las huellas de sus pasos en las piedras del paseo.