En Chinchón, no es la Pascua de Resurrección, es la Pascua de los Hornazos. Ahora, si preguntas, te podrán decir que lo más importante de la Semana Santa es La Pasión del Sábado Santo; antes, seguro, te dirían que los hornazos... bueno, y las torrijas y ... las procesiones, claro.
Recuerdo, allá por los años cincuenta del siglo XX, cuando en Semana Santa sólo se oía música clásica en la radio -no había televisión- y no se podía cantar, ni jugar al fútbol.
Tan sólo pasear por la plaza, ir a los oficios y después, a las procesiones. Los niños con la Verónica al Asilo, el lunes santo; las mujeres a las Clarisas, el martes con La Dolorosa; los jóvenes con el "Amarrao", a la Misericordia, el miércoles; los hombre, el jueves por la noche en la procesión del silencio, con el Nazareno hasta el Rosario. Saliendo de estos destinos, el Viernes Santo, a la caída de la tarde, se concentraban todos los pasos en la Plaza Mayor, a la que también llegaban el Cristo acompañado por las autoridades locales y el Santo Entierro escoltado por la Guardia Civil partiendo desde la Iglesia Parroquial, a donde todos volvían una vez que el señor cura párroco dirigía una sentida plática a todos los que habían acompañado a las imágenes y a los curiosos que se concentraban en los soportales.
El Sábado Santo, después de la misa de Pascua había una procesión muy emotiva en la que se reunían en la plaza las imágenes del Cristo y de la Virgen de Gracia cubierta con un manto negro. En el Centro de la plaza, caía el manto negro para quedar con su manto blanco como signo de la resurrección. Entonces empezaban a sonar las campanas en señal de alegría porque era la Pascua de Resurrección, o sea, la Pascua de los Hornazos.
Muy temprano se salía camino de Valdezarza para reservar un buen sitio, a ser posible cerca de la fuente. A media mañana iba llegando todo el grupo de amigos con la provisiones para hacer la comida. Cuando hace buen tiempo es todo un espectáculo ver el ambiente de romería que se divisa desde lo alto del monte por el que discurre el camino que nos lleva hasta el valle, aunque ahora la excesiva afluencia de automóviles hace menos idílico el paseo por el campo.
Por la tarde, en la merienda, se comía el hornazo. En todas las casas se preparaba la masa que después se llevaría a la panadería para hacer la cochura. Se hacía en cantidad suficiente para que durase durante varias semanas y para enviar como regalo a parientes y amigos de la capital que apreciaban y agradecían esta torta sobre la que se hincaban uno o varios huevos duros, sobre los que se colocaba un poco de masa a modo de cinturón. Para los niños se adornaba con golosinas, como grajeas de colores, figuritas de azúcar y rojos pirulís envueltos en papel de celofán.
Durante toda la cuaresma y muy especialmente en la Semana Santa, la gastronomía de Chinchón, como la de toda España, estaba influida por las normas religiosas del ayuno y la abstinencia.
Hay dos postres típicos y tradicionales de estas fechas, las torrijas y los hornazos. Aunque la elaboración del hornazo es complicada para hacerla en casa, y, afortunadamente, todavía se pueden comprar hornazos que se ajustan bastante a lo que eran antiguamente. Las monjas clarisas siguen haciéndolos, pero si queréis saborear lo que realmente eran los hornazos de toda la vida, es conveniente que los encarguéis unos días antes, porque hay mucha demanda.
Las imágenes que aparecen en las fotografías son las que salen en las procesiones de la Semana Santa en Chinchón y están durante todo el año en sus altares de la Iglesia Parroquial.
Las otras dos fotografías corresponden a los postres típicos de Chinchón en la Semana Santa: El hornazo y las torrijas, de las que mañana daré las recetas.