"Vivía en una pequeña casa cerca del lago a poco más de dos horas, en coche, de la gran manzana. Él se decía que éste era el motivo por lo que la visitaba tan poco, pero eso era porque ya se había acostumbrado a creerse las mentiras que le eran tan fácil urdir.
Era sábado y sabía que le gustaba asistir a los oficios de la iglesia; hoy quería darla una alegría y pensó que acompañándola tendría que dar menos explicaciones de su decisión.
Apenas si era capaz de respirar el aire puro que entraba por la ventanilla entreabierta de su coche, tan acostumbrado estaba a la contaminación de la ciudad y a los ambientes cargados de “Raoul´s” y de los otros garitos donde pasaba la mayor parte de las noches.
Tom, que no era muy dado a los exámenes de conciencia, no pudo evitar que la limpieza de aquella mañana de principios del otoño le trasportase a unos años que ya casi pensaba que había olvidado y se preguntaba qué le había llevado a esta situación.
Visitar a tía Dottie le producía sensaciones contradictorias. Por una parte no tenía que ocultar nada de su vida pasada, pero también tenía que cuidarse muy bien de no hacer referencias a su vida actual, que distaba mucho del cuento de hadas que había creado para ella. Era su única familia y la tenía un profundo cariño, a lo que también contribuía el cheque que cada mes le enviaba, ella creía que para financiar la escuela de contabilidad que tenía para niños pobres en Brooklin.
La sirena de un coche de policía le sobresaltó; no había demasiado tráfico y no tardó en ver cómo le sobrepasaba con sus luces relampagueantes encendidas, sin duda persiguiendo un conductor que se había saltado alguna señal. Ya empezaba a pensar que sus jefes no habían denunciado su continuada apropiación de fondos que había empezado dos años antes y que sólo le había servido para financiar su vida nocturna y algún otro pequeño capricho como el utilitario que ahora conducía. La denuncia supondría a la empresa un descrédito que le podría ocasionar más daño ante sus clientes que el desfalco que él había producido. Tenía que llamar a Marc para saber si había recibido algún requerimiento judicial, porque no se atrevía a volver por casa por si la vigilaba la policía.
Había pergeñado detenidamente una historia creíble para conseguir el adelanto de la asignación de todo un año. Sabía que la economía de su tía no se iba a resentir por ello, y eso le permitiría disponer de un dinero extra a la financiación que recibiría del padre de Richard para su viaje a Europa. A tía Dottie no le extrañó el cambio de trabajo de Tom, a lo que ya estaba acostumbrada, y su traslado a Italia para organizar la delegación europea de la “Naviera Greenleaf”. Mientras extendía el cheque, porque nunca había podido resistirse al encanto de su sobrino, pensó cuanto se parecía Tom a su madre, que estaba siempre dispuesta para ayudar a los demás y que afortunadamente no había salido a su cuñado, un vividor embustero y egoista desaprensivo con cara de buena persona, que nunca se responsabilizó de su familia que pudo sobrevivir gracias a ella y del que no había tenido noticias desde que los abandonó dos años antes de la muerte de su hermana.
- Espero que sea de total confianza tu amigo Marc, y que sabrá administrar los fondos de la escuela hasta que tu vuelvas.
Mientras degustaba el pastel de carne y la tarta de manzana que le retrotraían a los años lejanos de su niñez le fue contando a tía Dottie la suerte que había tenido al recibir el encargo de viajar a Nápoles para abrir la delegación de la Naviera. Allí le esperaba el hijo del dueño, su amigo Dickie, que pronto se pondría al frente de todo el negocio familiar, lo que le proporcionaba la gran oportunidad de conseguir un cargo de confianza en la empresa. Estas inmejorables perspectivas le compensaban sobradamente de los inconvenientes de tener que dejar su casa, sus amigos, su trabajo y a ella misma, durante una temporada que ahora no podía precisar cuanto podría durar.
Caía la tarde y vio por el retrovisor de su coche cómo ella le despedía desde el porche de la casa. Se palpó el bolsillo de la camisa donde había depositado el cheque y pensó que ya sólo le quedaba pasar por las oficinas de Mr. Greenleaf para recoger los billetes de avión y la provisión de fondos. Había insistido que en el pasaje figurase como empleado de la comañía en viaje de negocios, para evitar posibles malentendidos con la policía del aereopuerto. Sólo le quedaba comprar lo más imprescindible para renovar su vestuario y esperar hasta el jueves siguiente en que partía en vuelo regular a Roma, donde haría trasbordo hasta Sicilia. Por primera vez, a sus veinticinco años, pensaba que ésta podría ser la oportunidad para dejar de vivir a salto de mata, olvidar a la policía y empezar a labrarse un porvenir; aunque, en realidad, no le importaba demasiado porque él siempre había confiado en su talento innato para sobrevivir en las dificultades".