En una de esas soporíferas tertulias de la televisión, a cuento de la idoneidad de Ana Botella para desempeñar el cargo de alcaldesa de Madrid, el cínico(1) director de la Razón, hablaba de la excelente preparación académica de la Señora de Aznar.
Efectivamente la Señora Aznar, parece que tiene una impecable preparación académica. Cursó sus estudios de primaria y secundaria en un colegio religioso de las Madres Irlandesas. Estudió Derecho en la Universidad Complutense de Madrid y aprobó las oposiciones para el Cuerpo de Técnicos de Información y Turismo y desde entonces ha trabajado para la Administración Pública (en el Ministerio del Interior, el Gobierno Civil de Logroño, el Ministerio de Obras Públicas, la Delegación de Hacienda de Valladolid y el Ministerio de Hacienda).
Según esta formación, la señora Botella está muy capacitada para desempeñar cargos de funcionaria de Información y Turismo y, posiblemente, ejercer de abogada, si es que no ha olvidado sus estudios de derecho, cosa por otra parte normal, porque ya se sabe que lo que no ejercitamos, llegamos a olvidarlo.
También nos encontramos con muchos cargos políticos de muy alto nivel, que presentan un curriculum académico intachable, muchos de ellos habiendo conseguido el número uno de su promoción en carreras tan importantes como abogados del estado, registradores o notarios.
Pero, desgraciadamente, estos conocimientos teóricos no garantizan una capacidad real para la gestión política. Es muy frecuente encontrarte en la vida laboral con personas muy preparadas, con una proyección profesional incuestionable y que cuando llegan a un nivel superior, fracasan estrepitosamente. Son los que han alcanzado su “umbral de la incompetencia”.
En estos casos, en las empresas privadas, los dueños se encargarán de enmendar su error por haber promocionado a personas incompetentes, y si no lo hacen, pagarán sus consecuencias. En la vida pública, los dueños, o sea, los ciudadanos y contribuyentes, somos los que tenemos que propiciar el ”despido” de los que han demostrado que no valen para el puesto que ocupan, puesto que difícilmente lo van a hacer sus compañeros de partido, porque ya se sabe que el corporativismo, que es propio de todas las profesiones, en la política es mucho más acusado.
Y ya sé que alguien puede decir que los que opinamos tampoco estaríamos capacitados para desempeñar los cargos de los que criticamos, y tienen razón. Posiblemente los que critican tampoco serían buenos gestores, pero esa no es la cuestión. La cuestión está en conocer nuestro propio umbral de incompetencia y no traspasarlo, como han hecho muchos de los políticos que están dirigiendo nuestro destino.
(1) Cinismo: Descaro en la defensa de actitudes reprochables.