XVII
En la primavera, un año después.
José fue el primero en advertirlo. Nadie había reclamado las tierras que había vendido don Nicomedes. Lo comentó con su mujer y con doña Margara, y pensaron que era mejor no decir nada y esperar acontecimientos. Las mandó sembrar después de haber estado tres años eriales y los nuevos dueños seguían sin dar señales de vida. Doña Margara pidió certificaciones del Registro de la Propiedad y todas las tierras seguían estando al nombre de su marido.
Las primeras noticias sobre el asunto llegaron de forma imprevista, no tanto por no ser esperada, sino por su portador. Romualdo, el joven Romualdo que fue compañero de Nicolás, y a quien doña Margara y su esposo habían pagado los estudios en la capital volvía al pueblo después de muchos años; y lo hacía convertido en un prestigioso abogado. Durante la guerra había luchado con las fuerzas nacionales y ahora formaba parte de un conocido bufete de abogados de la capital que administraba las haciendas de importantes grupos de inversores.
Cuando llegó al Solar nadie le reconoció al principio. Sólo cuando habló, a doña Margara pareció encendérsele la luz de sus ojos. Más delgado de lo que se podría predecir cuando era joven, con el pelo muy corto, un fino bigote e impecablemente vestido con un traje marrón y un sombrero de fieltro del mismo color que mantenía en las manos como si quisiera ampararse detrás de él, porque allí, en el Solar, él era todavía el "chico para todo" que no dejaba de agradecer a la señora el que le hubiese dado la oportunidad de conseguir una posición que sin su ayuda no habría alcanzado en la vida.
Doña Margara que había logrado desterrar de su cabeza el antiguo desliz amoroso, ya solo veía en Romualdo al joven amigo de su hijo, que al faltar éste, se podía convertir en la figura del hombre que ella iba a necesitar, a quien confiar los asuntos importantes que no podría tratar con sus hijas, ni con José, el marido de Sacra, a quien no consideraba con criterio para ser su asesor en los asuntos importantes de la casa.
- Ven a mis brazos, hijo mío. ¡Cuánto me he acordado de ti en estos años!
El joven la abrazó con verdadero cariño y sincero agradecimiento. Comentó que estaba al tanto por sus padres de todo lo que había ocurrido durante la guerra, y que le traía un asunto importante que tenía que tratar a solas con doña Margara.
Sacramento y su hermana, después de traer un servicio con una cafetera, la jarrita de leche y unas pastas hechas en la casa, salieron de la sala, dejando sola a su madre con el joven abogado.
- Tú dirás, querido Romualdo… ¡Cuánto me alegro de verte!… Apenas si ya te conocía, pareces un señor importante… Quiero decir que ya eres un señor importante y que además lo pareces… Cuando te veo no puedo evitar acordarme de mi pobre Nicolás…
- Disculpe, doña Margara que haya querido quedarme a solas con usted, pero es que el asunto es muy delicado… Me explicaré.
Tomó un sorbo del café con leche que ella le había servido en una taza.
-Como ya les he comentado trabajo en un bufete de abogados, del que ahora es mejor que no conozca el nombre. Unos clientes importantes nos plantearon un problema que tienen. Parece ser, que unos meses antes de comenzar la guerra firmaron con don Nicomedes, q.e.p.d., unas escrituras de compraventa de un importante lote de fincas de su propiedad, por las que le pagaron una importante cantidad en monedas de oro… Eso es lo que ellos aseguran… No, por favor… usted no diga nada… Según ellos, como decía, esas escrituras fueron firmadas ante un notario de la Capital, que murió a los pocos días de comenzar la contienda, y con él desaparecieron todos los protocolos en un incendio que se produjo en su notaría… Están buscando al oficial de la notaría o algún empleado que pueda corroborar su versión, pero el hecho es que no se realizó ninguna gestión ante el Registro de la Propiedad y todas las tierras continúan todavía a su nombre… Aquí le traigo copias de unos certificados que así lo muestran…
Dio un pequeño bocado al bollito de aceite que le recordaba los viejos tiempos cuando merendaba todos los días con su amigo Nicolás... y continuó:
- Este asunto no me lo han asignado a mí; pero al ver el nombre de su esposo, quise enterarme de lo que pasaba… y por eso he venido a verla.
Doña Margara le miraba sin dar crédito a lo que estaba oyendo y creyó captar rápidamente lo que se podía hacer. El joven continuó.
- Usted no debe decirme nada. No sé si será verdad lo que ellos dicen, ni siquiera si usted lo sabe… Pero al no existir ningún documento de la presunta compraventa, les va a ser muy difícil poder demostrarlo… y menos si se tienen que enfrentar a una pobre viuda y madre de dos caídos que murieron por Dios y por la Patria por no quererse unir a las fuerzas republicanas… Yo no he venido por aquí para hablar con usted, tan solo he pasado a saludarla para darle el pésame por la muerte de su esposo y de su hijo, como agradecimiento de todo lo que hicieron por mí… Usted, doña Margara sabrá lo que tiene que hacer…
Cuando él se marchó y la familia se quedó sola en el Solar, doña Margara llamó a sus hijas y a su yerno, les hizo sentarse en alrededor de la mesa camilla, dijo a José que cerrase la puerta y les puso al corriente de lo que le había contado Romualdo. Mirando fijamente a los ojos de cada uno, dijo:
- Ahora me tenéis que decir la verdad. ¿Habéis contado a alguien lo de la venta de las fincas? Es muy importante que me digáis si alguien lo sabe, para poder tomar una decisión…
- Yo no se lo he dicho a nadie, pero padre vendió las fincas… y cobramos el dinero… Yo creo…
- Tú, Petronila, no tienes que creer nada… Sólo decirme si se lo has dicho a alguien…
- No, madre… yo no se lo he dicho a nadie…
- ¿Y tú, Sacramento?
- No, madre, yo tampoco lo he comentado con nadie…Si quiere se lo juro…
- No hace falta que lo jures… ¿y tú José?
- Bueno, yo… se lo conté a mis padres… pero seguro que ellos no lo han comentado con nadie… Yo se lo dije en secreto…
- Me lo temía… Bueno, José, tú veras cómo te las arreglas pero tienes que conseguir que ellos no lo cuenten de ninguna de las maneras… Si es que no lo han contado ya… Vete ahora mismo a hablar con ellos… Que te digan si lo han contado o no… Es mejor que ahora sean sinceros a que nos mientan… Si lo han contado, ¡qué le vamos a hacer! Pero debemos estar seguros de cuál es la situación para poder obrar en consecuencia…
Los padres de José no se lo habían dicho a nadie, o eso al menor lo juraron a su hijo. El secreto no había salido de la familia y era el momento de montar la estrategia para salvar las fincas.
Pero eso lo tenía que pensar ella con más tranquilidad. Cuando se marchaban a dormir esa noche, doña Margara les confesó:
- Yo sabía que Dios no podía abandonarnos, y algo de todo esto tenía que salir bien. El hábito que ofrecí a la Virgen de la Amargura es el que ha obrado el milagro… Mañana voy a empezar una novena de acción de gracias…
FIN DEL CAPÍTULO XVII
El siguiente para el 20 de febrero.
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