Era un país pequeño, pero que se había ido, con el tiempo, semejando a las grandes potencias. Tenía su Gobierno, sus instituciones, su ejército, sus partidos políticos, su economía y, hasta su correspondiente corrupción.
Pero como era pequeño, allí se conocían todos y era difícil pasar desapercibido y, sobre todo, ocultar su pasado y sus miserias. En este país pequeño, cuyo nombre es mejor no investigar, también había una Hacienda Pública, con su ministro correspondiente y sus inspectores que tenían una tarea francamente fácil, porque la vida privada y la economía de los paisanos eran diáfanas para todo el mundo. Eso no quiere decir que no hubiese fraude fiscal, ni mucho menos, porque ya se sabe aquello de la ley y la trampa que suelen hacer los que hacen ambas.
Un quince de mayo de uno de aquellos años, la ciudadanía se cansó de las proporciones a que estaba llegando la corrupción y la impunidad de los infractores y empezaron a proliferar las manifestaciones de protesta y por todo el pequeño país corrió una corriente de aire de regeneración que hizo que los partidos políticos firmasen unos estrictos códigos de conducta para intentar solucionar el problema.
Ese año se convocaron elecciones legislativas y todos los partidos políticos empezaron a confeccionar sus listas de candidatos, empezando lógicamente por sus líderes.
Y ahí llegó el problema. Era prácticamente imposible encontrar quien no hubiera escrito un comentario machista o xenófobo en internet, quien no se había escaqueado a la hora de pagar el IVA, quien no había tirado una piedra a un gato en su niñez, o quien no había conducido el coche con una copita de más, porque como ya he contado, allí se conocían todos.
Vamos, que en aquel pequeño país tenían un problema similar a cuando Dios, en el antiguo testamento, no lograba encontrar un hombre justo, por el que salvar a toda la humanidad del diluvio universal.
Y lo mismo que Dios encontró a su Noé; en aquel pequeño país de nombre no investigado, encontraron a una mujer intachable que logró pasar todas los parámetros exigibles. De cuarenta y dos años, madre amantisima y esposa ejemplar, amiga de sus amigos, buena vecina, colaboradora de varias ONGs, profesional reputada, apreciada por jefes, compañeros y subordinados y que mantenía todos los puntos en su carnet de conducir.
Y Noemí fue elegida presidenta del País.
Pero esto, también es un cuento.