Hubo una vez un hombre serio que no podía tener hijos con su mujer. Decidió que debía adoptar a un niño, para que fuese el heredero de su apreciable fortuna. Su mujer, que había tenido una hija en primeras nupcias, no se opuso a esta adopción y así llegó al hogar un niño que fue creciendo en edad. aunque no demasiado en sabiduría.
Cuando llegó a la mayoría de edad pidió al hombre serio la parte de la herencia que le correspondía y se marchó a dilapidarla con sus amigotes en juergas, alcohol, drogas y mujeres de vida alegre..
El hombre serio veía con preocupación la mala vida de su hijo adoptivo pero no podía intervenir porque así lo había decidido su pródigo hijo.
En una de las juergas en un local de lenocidio, el joven hijo del hombre serio, cometió varios delitos por los que las fuerzas de seguridad del estado lo detuvieron y un juez ordenó su encarcelamiento.
Ni en estas circunstancias permitió que su padre adoptivo, el hombre serio, se acupase de él, porque le exigía al menos un poco de arreprentimiento y un cierto propósito de la enmienda.
Pero Josefer, a quien así llamaban en los medios de comunicación, observó que a partir de ese momento, podía vivir del cuento, contando sus “hazañas” de plató en plató y de revista en revista. porque, al parecer, contar la sarta de barbaridades que cometía, era un material muy apreciado por esos medios de comunicación por la gran audiencia que conseguían.
El padre serio esperaba sentado junto a la ventana de su casa, ver aparecer a su hijo pródigo, para poder abrazarle y regalarle el ternero más cebado para que se lo comiese con sus amigos, aunque su hermana no lo comprendiera...
Y se lamentaba de la falta de escrúpulos de esos medios de comunicación que eran capaces de traficar con la desgracia de las personas... y de la poca sensibilidad de la audiencia que lo permitía...
¡Hay que ver lo desfasadas que están algunas de las viejas parábolas!