Estamos en la Grecia clásica, en el siglo IV a.C., en Beocia, una perdida región en la que todo el mundo va de paso hacia Atenas. Friné, una joven de 18 años trabaja desde niña en la posada de sus padres. Nunca había salido de su aldea, pero durante toda su vida ella ha estado viendo, o mejor observando, a los viajeros que iban y venían de la gran ciudad. Oyendo sus relatos y escuchando sus conversaciones y estudiando su forma de comportarse. Ha visto las mercancías que se traían y llevaban de Atenas. Era una chica inteligente, llegó incluso a aprender a leer y escribir.
Al inicio de la primavera, en Atenas se celebraban las fiestas en honor de la diosa Afrodita. En el templo se llevaba a cabo la ceremonia que consistía en la representación del nacimiento de la diosa: Una joven, elegida por su belleza, subía las escaleras del templo mientras el pueblo, abajo, estaba conteniendo la respiración sin perderla de vista. Al llegar al estanque que había en el alto, se desprendía de la ropa y se sumergía totalmente en el agua durante los breves instantes en que la sacerdotisa, elevando primero los brazos y la mirada al cielo y después dirigiéndolos al estanque exclamaba: "¡Poseidón, dios y rey de los mares, envíanos a Afrodita y que con ella renazca la vida en la tierra.!" Entonces surgía del agua la joven desnuda mostrándose en toda la plenitud de su belleza. El pueblo explotaba en un griterío celebrando el nacimiento de Afrodita y con él la llegada de la primavera.
Esa mañana del mes de marzo en la posada de Friné no había quedado nadie, todos los viajeros estaban en Atenas y no volverían hasta después de las fiestas. Ella salió a pasear fuera del pueblo hasta llegar al lugar donde nacía el arroyo que abastecía de agua a la aldea. Necesitaba respirar a fondo. Cada día se sentía más asfixiada en la aldea donde llevaba toda la vida haciendo lo mismo y donde estaba previsto que se casara en breve con el hijo del herrador. Iba pensando en los acontecimientos que se estaban celebrando en ese momento en Atenas y que tantas veces le habían contado. Siempre había soñado con ser ella la elegida que representara a Afrodita. Contemplándose en el charco cristalino del manantial veía su figura como la de las esculturas que había visto pasar en los transportes que venían de la ciudad.Ella era tan bella como las estatuas y, lo mismo que las bellas esculturas no estaban destinadas a la posada, ella decidió que también la posada era un lugar de paso y que su sitio estaba en Atenas, en la ciudad donde sabrían admirar su belleza. Volvió a la posada decidida a marcharse a Atenas en cuanto tuviera la primera ocasión.
La ocasión parecía estar esperándola porque, al rato de regresar, un caballero, que por su atuendo y modales parecía adinerado y de alta sociedad, llegó a la posada preguntando si habían llegado ya unos carros con unos bloques de mármol. Aún no habían llegado y decidió quedarse a esperar pues, según las noticias que tenía, seguro que lo más tarde al día siguiente llegarían. Friné le enseño el pobre alojamiento con el que tuvo que conformarse el caballero, y después le sirvió la comida. No había nadie más en el comedor, retiró los platos y al ver que él la miraba de una forma especial, se sentó enfrente de él y comenzaron a hablar. El viajero quedó sorprendido de los modales y conversación de la joven y ya había percibido su belleza que la humilde ropa no destacaba precisamente.Ella le preguntó cómo es que venía de Atenas en unas fechas en que todo el mundo estaba allí. El respondió que era el escultor Plaxíteles y que esperaba el cargamento de piedras para examinar los bloques antes de que llegaran a Atenas y, comprar los mejores adelantándose a otros artistas de la competencia. Friné había oído hablar de Plaxíteles, incluso había visto varias esculturas hechas por él cuando los transportes habían parado en la posada y le parecía increíble estar hablando con el famoso escultor. Se había creado una atmósfera de intimidad y Plaxíteles, mientras la miraba, se quedó entusiasmado con la perfección de su rostro, la gracia de los movimientos de su manos pequeñas y proporcionadas y adivinaba la belleza de las formas que se ocultaban bajo las ropas. La conversación cesó, y rompiendo el silencio, Plaxíteles la dijo:
Al día siguiente se marchó a Atenas en compañía del escultor.
Friné se alojó en principio en la casa de Plaxíteles, y puso una condición para ser su modelo: que nunca sirviera de modelo para una figura completa. Así una escultura llevaba sus manos, otra su cabeza, otra su brazos, otra sus caderas, otra su torso…pero el resto era invención del artista que tenía que hacer esfuerzos para no copiar la totalidad de la figura que tenía delante. Friné sabía que cuando hiciera una escultura completa de ella dejaría de ser interesante para el escultor.Los visitantes del estudio de Plaxíteles estaban entusiasmados con la modelo, a la que nunca veían completamente desnuda. Pronto exigió tener su propia casa y cuando un rico admirador la propuso pagar por obtener sus favores, Friné entendió de qué forma podía hacerse rica.
Así Friné vino a ser la cortesana más deseada y cotizada de Atenas, pero, siguiendo la norma que había empleado con Plaxíteles, nunca dejaba que sus amantes la vieran totalmente desnuda y sólo se entregaba a ellos en la oscuridad.
Aunque había llegado a ser rica, y una mujer de la que todo el mundo hablaba, procuraba llevar una vida recatada y poco dada a apariciones en público, vistiendo de forma poco llamativa cuando transitaba por las calles. Tenía detractores, pero todos estaban de acuerdo en lo extraordinario de su belleza y reconocían que los rasgos y líneas de su rostro tenían la serenidad, armonía y majestad con que se representaba a las diosas, pero sin la frialdad de las estatuas de mármol.
Su influencia en la política y en los negocios de la ciudad era muy grande y así, pese a la profesión que ejercía, llegó a cumplir el mayor de sus sueños: ser la elegida para representar a Afrodita en el templo en la ceremonia de la primavera.
Todo el mundo estaba pendiente de ver cómo la mujer más hermosa de Atenas aparecía como una diosa bajo el pórtico del templo y, dejando caer sus vestiduras, entraba en el agua para rendir homenaje a Poseidón y resurgir luego del agua como una Afrodita renacida, cubriendo parcialmente su desnudez con sus brazos y su cabello, frente a la admirada multitud.
Al año siguiente, y al otro, y en los demás sucesivos, continuó siendo la mujer que representaba a Afrodita. Después de la ceremonia, Friné huía de las aclamaciones y retornaba a su vida reservada, entregándose sólo a los pocos adinerados clientes que podían acceder a ella.
Su fama seguía creciendo y la envidia que despertaba entre unas mujeres y el odio de otras cuyos maridos solicitaban los favores de Friné, llevó a que algunas de ellas, convencieran a un tal Eutias, un enamorado de Friné rechazado por ella, para prestarse a denunciarla ante el Tribunal de los Jueces del Areópago de Atenas, bajo la acusación del delito de impiedad, por haber profanado la sacralidad de los misterios de Afrodita a quien representaba todos los años, corrompiendo a los varones ilustres de la ciudad. El delito de impiedad se castigaba con la muerte.
Por consejo del escultor Plaxíteles, Friné acudió entonces a Hipérides, a quien se consideraba como el mejor abogado de la ciudad, y le pidió que la defendiera. El, que era el abogado de los más preclaros personajes de Atenas, se negó a defender a una cortesana denunciada precisamente por las esposas de sus mejores clientes. Ante su negativa ella se arrojó llorando a sus pies y, al contemplarla en el suelo con las lágrimas saliendo de sus hermosos ojos, Hipérides quedó enamorado de ella y aceptó defenderla.
Durante el juicio, el abogado defensor hizo gala de sus mejores recursos oratorios, expuso todo tipo de argumentos jurídicos en defensa de la inocencia de la acusada, a quien presentó como inocente víctima de la envidia, hubo momentos en que incluso su voz se quebraba por la emoción de sus palabras y sus ojos se nublaron de lágrimas... Pero no surtía efecto en los rostros de los jueces que se mostraban fríos e imperturbables. De pronto, como ganado por una inspiración divina y llevado por el paroxismo, Hipérides coge del brazo a la acusada y la acerca al estrado de los jueces, y dando un fuerte y preciso tirón, la despoja de su túnica y queda Friné totalmente desnuda y atónita ante sus juzgadores. Hipérides, con la fuerza de la propia convicción, invoca los derechos de la belleza para arrancar de la muerte a su defendida presentándola como la sacerdotisa de Afrodita y la imagen de la misma diosa, y formula la pregunta decisiva:
-¿Acaso pueden estar seguros los miembros de este Tribunal de que tienen autorización de los dioses para destruir una belleza semejante?.
Y contemplando a aquella hermosa mujer que el Abogado les presentaba en todo su esplendor como un regalo de los dioses a la humanidad, y que además era la representación de Afrodita, los jueces, conmovidos, la absolvieron.
Friné, agradecida a Hipérides por haberla salvado de una muerte segura, dejó su vida de cortesana y pasó a ser la amante del abogado. No se sabe que éste hubiera cobrado otros honorarios por su defensa, pero la noticia del juicio de Friné se extendió por todo el ámbito de Grecia y le prestigió como abogado más que todos los años que llevaba defendiendo a los ciudadanos más ilustres y honrados de Atenas.Pero Hipérides cometió la torpeza de permitirla seguir siendo modelo de Praxíteles y éste descubrió que, en realidad, siempre había estado enamorado de Friné y le propuso que dejara al Abogado y viviera con él. Ella encontró más apasionante ser la amante de un escultor que serlo de un abogado y dejó a Hipérides.
Plaxíteles, cada día más locamente enamorado de Friné, la colmaba constantemente de regalos y prometió a Friné que le regalaría la estatua que quisiera elegir de entre las que tenía en su casa. La calculadora Friné, para saber cual sería la estatua más valiosa, urdió la estratagema de entrar de repente un día en la estancia donde estaba Plaxíteles gritando: "Fuego, la casa se estaba quemando". El escultor ordenó a sus criados: "Salvad la estatua de Cupido", y así supo Friné que esa era su estatua más apreciada. La estatua fue siempre considerada como una obra maestra del arte griego, y llegó a ser propiedad del emperador Nerón, desapareciendo desgraciadamente en el incendio de su palacio de Roma.
Friné envejeció pero lo debió hacer sin dejar de ser una hermosa mujer, pues existen referencias a los comentarios de las gentes sobre si utilizaba ungüentos para detener las arrugas. Aristófanes, el autor más satírico de la época, se refiere a ella en una de sus comedias diciendo: "Friné ha hecho de su cara una botica."Esa es la última referencia que tenemos de Friné, desconociendo el lugar y la época de su muerte. Como mujer inteligente que era, al ver cómo el paso implacable tiempo dejaba huellas en su fisico, desapareció de repente de Atenas. Sin duda se retiraría a algún lugar donde nadie la conociera dejando en Atenas para siempre el recuerdo de su belleza.Plaxíteles se desesperó al perder a Friné. Quería que la historia uniera su nombre a la fama de la belleza de Friné y, reuniendo toda su fortuna y pidiendo dinero a amantes y amigos, hizo por fín una escultura completa de ella en oro macizo. La estatua debió ser asombrosa y se colocó en el templo de Diana en Efeso. Para que la fama de la belleza de esa escultura estuviera siempre unida a él a través de los siglos, puso la inscripción: "Esta estatua es obra de Plaxíteles".