(Otro cuento basado en hechos reales, cuyo protagonista tampoco soy yo; y no lo voy a repetir más)
Genaro, de joven era muy miedoso para eso de la sangre; no digo más que cuando fue a la mili y le hicieron su primer análisis, se desmayó y fue el hazme reír de todo el regimiento, cuyas bromas no cesaron hasta que terminó el campamento.
Luego de más mayor no cambio nada y se mareaba cuando acompañaba a su hijo a los análisis. Una mañana hasta llegó a perder el equilibrio ante los asombrados ojos de su vástago que no entendía lo de tener un padre tan miedica.
Pues nada, que nuestro bueno de Genaro se infectó del maldito Coronavirus y terminó en las urgencias del Hospital.
Aquello era un caos y las enfermeras no daban abasto para atender a tanto paciente.
A Genaro le tocaron dos jovencitas, estudiantes de enfermería que habían sido reclutadas hacía dos días, para intentar paliar las carencias del servicio.
Una de ellas, detrás de su mascarilla, sudaba la gota gorda buscando la vena de Genaro, que parecía jugar al escondite.
Parecía misión imposible, era imposible encontrar una vena mínimamente viable para colocar la vía.
Ante la desesperación de la muchacha, Genaro, en un acto de insólita valentía, le dijo que no se preocupase, extendió su brazo y aguantó estoicamente los pinchazos indiscriminados de la joven aprendiz, que, por fin, pudo conseguir su cometido.
Ahora Genaro piensa que desde ese día sus venas, asustadisimas, se han escondido más si cabe y ya no dan para mucho más.