Está generalmente aceptado que la prensa es el cuarto poder. Y cuando se dice prensa se quiere decir medios de comunicación. Y sin la menor duda los que controlan estos medios, ostentan mucho poder. Pero hay profesionales de estos medios que han alcanzado altas cimas de popularidad y aceptación que con el tiempo empiezan -casi todos- a sufrir un especie de síndrome. Un síndrome que tiene una serie de etapas progresivas que desembocan irremediablemente en el endiosamiento.
El tener a su disposición diariamente un micrófono, una cámara o una página de periódico va imprimiendo carácter y el comunicador va percibiendo cómo su poder crece y es respetado o temido, a partes iguales, por sus lectores, oyentes o telespectadores. Y también los “otros poderes” cuidan de no interponerse en su camino para evitar confrontaciones que siempre serán, por lo menos, molestas, al tener que estar diariamente replicando al comunicador que decide emprender una campaña personal contra cualquiera que no se avenga a sus postulados.
Y entonces, te puedes encontrar con que José María García se indignase porque el Rey no se puso al teléfono cuando él llamó en directo a Zarzuela rozando la madrugada, o Jorge Javier Vázquez se rasgue las vestiduras porque la Fiscalía de Menores no haya actuado de oficio porque alguien ha dicho de una menor que está algo gordita.
Pero no son estos dos sólo. Federico Jimenez Losantos, Carlos Herrera, Luis del Olmo, Pedro Jota, como estrellas más mediáticas, y otros muchos presentadores de cualquier programa en cualquier cadena, como el Gran Wyoming, Hermann Tertsch, Jordi González y personajillos engreídos como, por ejemplo el Matamoros o la Esteban, que por disponer de un micrófono, se creen con derecho a decir las mayores barbaridades, amparándose en la mayor impunidad, porque presumen de que el límite está en la ley y que si alguien se siento ofendido ponga una demanda.
Y claro, uno no va a estar todos los días en el Juzgado, aunque a más de uno le ha constado sus buenos dineros su incontinencia verbal.