La realidad histórica:
Los estudios sobre el tema, realizado por varios autores (Rompel, Paz Soldán, Haggis, Hernando y Jaramillo Arango) consideran que todo lo referido a la condesa y su curación con los polvos de la corteza del Árbol del Cuarango es, en palabras del último citado, "una ficción" por no contar con datos históricos seguros en su apoyo y disponer de otros que lo desmienten.
Entre estos últimos merece especial mención el “Diario de Lima” o “Diario del Virreinato de Chinchón”. En cumplimiento de las Reales Cédulas de 16 de diciembre de 1623 y 23 de noviembre de 1631, el Conde de Chinchón y Virrey del Perú encomendó la redacción de un diario de todos los hechos ocurridos durante su mandato al clérigo Juan Antonio Suardo y posteriormente a Diego Medrano.
El primero de ellos, conocido como “El Diario de Lima” abarca un espacio de cinco años, del 15 de mayo de 1629 al 14 de mayo de 1634. Este diario de 196 páginas, del que se hicieron tres copias, fue enviado al Archivo de Indias, y allí fue encontrado por Ruben Vargas Ugarte y publicado en el año 1935.
El diario escrito por Diego Medrano continúa desaparecido y se ignora la importancia de su contenido. Posteriormente se escribió una crónica por Mugaburu que abarca un espacio de 47 años, pero en el que no se recogen datos concretos sino consideraciones más generales.
También merece la consideración un artículo de Manuel Moreyra y Paz Soldán, titulado “Las tercianas del Conde de Chinchón, según el "Diario de Lima" de Juan Antonio Suardo”, editado por Editorial: Lima, Pontificia universidad católica del Perú. PUCP, Instituto Riva-Agüero, 1994.
En sus escritos, Suardo no menciona palabra alguna sobre las supuestas fiebres de la condesa, a las que había hecho mención Antonio Bolli en su carta a Sebastián Bado, por el contrario, el diario permite suponer que, salvo afecciones pequeñas, la salud de la condesa era óptima, con una agenda activa en la sociedad limeña; en cambio, son muchas las referencias de que el conde y su hijo sí adolecieron de fiebres tercianas.
Concretamente nos dice, por ejemplo, que el 10 de febrero de 1630 cae enfermo el Conde y se hace una junta de médicos en la que se acuerda que se le hagan sangrías, con lo que mejora. El 2 de julio de 1630 vuelva a caer enfermo en Conde, ordenando los médicos que se le practiquen nuevas sangrías, llegando la enfermedad hasta el día 12 de este mes.
Medio siglo antes, Monardes (1571) y Fragoso (1572) habían señalado una planta propia del Nuevo Reino (actual Colombia y Ecuador), a la que no pusieron nombre. Ellos describieron sus características morfológicas y propiedades astringentes inconfundibles de la quina, así como su utilidad en casos de diarrea, fiebre y cualquier flujo.
Tampoco aparece mención alguna a estos hechos en el amplio informe escrito por el propio criado del conde Diego Pérez Gallego, en el que se recogen los hechos más relevantes “del acertado y prudente govierno que tuvo en los reynos del Perú el Excmo. señor conde de Chinchón, virrey desde el año de 1629 hasta el de 1640, con algunas advertencias para el aumento de la real hacienda y bien común, para que se presente a su Majestad” en donde se detallan los acontecimientos más significativos del mandato del Conde de Chinchón al frente del Virreinato del Perú.
Existe otro documento de gran importancia en el que tampoco se mencionan estos hechos, y está firmado por el mismísimo Conde de Chinchón, es la “Relación que hizo de su Govierno el Exmo. Sr. Dn. Luis Geronimo Fernandez de Cabrera, Bobadilla, y Mendoza, IV Conde de Chinchón, Virrey, Lugar Teniente, Governador, y Capitán General de los Reynos del Perú, Terrafirme, y Chile. Al Exmo. Sr. Dn. Pedro de Toledo, y Leiva, primer Marques de Mancera, su succesor”.
Posiblemente, la única excepción en la literatura histórica sobre este tema, que da por cierta la enfermedad y curación de la virreina es “El Conde de Chinchón” de José Luis Músquiz de Miguel, Jesuita, editado por la Escuela de Estudios Americanos del Consejo Superior de Investigaciones científicas (1945). Se trata de una monografía presentada en la Universidad de Madrid, como tesis para la colación de grado de Doctor en Filosofía y Letras (Sección de Historia), el día 12 de mayo de 1944. El Tribunal acordó concederle la calificación de sobresaliente y al terminar el curso académico la misma Facultad le otorgó Premio Extraordinario de Doctorado.
En las página 31 y 32, dice: “Se sabe que frecuentemente padeció (El Conde) fiebres palúdicas, las famosas tercianas, ya conocidas desde el tiempo de los incas en el Valle de Rimac. Varias veces tuvo que interrumpir sus ocupaciones al sentirse atacado por las mismas e, incluso, en alguna ocasión, llegó creer que moriría de ellas, haciendo testamento, que entregó a su esposa, a la que rogó pusiera siempre el mayor esmero y cuidado en la educación de su hijo Francisco Fausto”. En la nota al pie de página indica que estos datos están sacados de “Las tercianas del Conde de Chinchón. Carlos Enrique Paz Soldán, en la que se hace un estudio médico sobre esta enfermedad.”
Y continúa: “Más conocidas que las del conde fueron las que atacaron a la Virreina en junio de 1631, ya que dieron origen a la difusión de la virtud febrífuga de la quinina. Las fiebres llegaron a ponerla en inminente peligro de muerte , y tanto el médico de la casa del Virrey, doctor don Juan de la Vega, como los demás doctores consultados, dieron por perdida toda esperanza de salvación para la Virreina, la cual no consiguió librarse de su grave enfermedad hasta que tomó unas cuantas dosis de “cascarilla”. Parece que quien hizo el primer experimento de semejante remedio fue un indio, Pedro de Leyva que, atacado por dicha enfermedad, para calmar los ardores de sus sed, bebió agua en un remanso en cuyas orillas crecían algunos árboles de quina. Salvado así hizo la experiencia de dar de beber a otros enfermos agua en la que depositó raíces de quinina, y con su descubrimiento vino a Lima y se lo comunicó a un jesuita, el cual se lo proporcionó a la Virreina, con lo que se extendió la noticia de su poder curativo”.
Sin embargo hay que destacar que el autor no indica con ninguna nota a pié de página de donde ha recogido esta información, cosa no habitual, ya que en todo este trabajo se documentan las informaciones con la aportación de la fuente e incluso, en algunos casos, con los textos íntegros de los documentos. Cabe la posibilidad de que en esta ocasión se “fiase” de las “leyendas” que hasta esas fechas no había sido puestas en entredicho.
Por último, debemos tener en cuenta lo que dice el jesuita Ruben Vargas Ugarte en la introducción al “Diario de Lima”, a este respecto:
“Muy al principio de su periodo ocurrió el suceso que ha contribuido a inmortalizar su nombre y que en aquel entonces apenas tuvo repercusión alguna. Nos referimos al descubrimiento de la quina o cascarilla. La escasa importancia que los contemporáneos concedieron al feliz hallazgo de esta corteza ha sido, a no dudar, la causa de la oscuridad que todavía envuelve la manera como fue descubierta. Suardo, en su diario nada nos dice sobre este punto. A atenernos a la versión más común y mejor fundada, la enfermedad de la Virreina fue la causa de que las propiedades del maravilloso febrífugo fueron conocidas. El hecho de haber venido por tierra, atravesando los valles de la costa, en donde aún ahora es endémico el paludismo, nos hace sospechar que fue entonces cuando contrajo la dolencia. Ahora bien, la Condesa hizo su entrada en lima el día 19 de abril de 1629 y solo un mes más tarde comienza la relación de Suardo. Bien pudo acaecer la curación de la ilustre paciente en ese tiempo y así se explica el silencio del cronista, fuera de que por la ninguna resonancia del caso el pasarlo por alto no debe excitar nuestra atención.”
En este punto nos debemos hacer una pregunta: Si la Virreina utilizó el remedio de la quina para curarse de sus fiebre, ¿cómo no lo mencionan en sus escritos ni el cronista oficial del Virrey Juan Antonio Suardo, ni su criado Diego Pérez Gallego, ni el mismísimo Conde, cuando dejó constancia de los hechos más importantes de su reinado?
Y hay dos respuestas. La primera que no es cierta la leyenda de la curación de la condesa, y la segunda, que siendo verdadera, ellos no dieron importancia a esta información, porque realmente no eran conscientes de la trascendencia del descubrimiento.
Por tanto, considero que pudo haber algo de verdad en la curación de la virreina, pero que no se le dio entonces demasiada importancia, y que solo años después y con ánimo de promocionar la comercialización y consumo de este producto, se fue adornando la noticia con todos los elementos propios de la leyenda.
Después y aceptando las versiones de la época, en el año 1742 el famoso naturalista Carl von Linnè o Linneo (1707-1778) en su obra “Genera Plantarum” bautizó con el nombre de “Cinchona” o “Chinchona” al árbol de la quina, sacralizando la intervención de la Condesa de Chinchón en su descubrimiento, y mucho después llegaría su utilización como argumento para bellas historias y poemas literarios.
El busto de Linneo se encuentra en el Jardín Botánico de Burdeos, y está realizado en bronce por Lucie Jeffré.
(Estracto de uno de los capítulos del trabajo “De cómo don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Babadilla y doña Francisca Enríquez de Rivera, Condes de Chinchón y Virreyes del Perú, intervinieron en el descubrimiento de la quina”, que obtuvo el 2º premio en el Concurso de Investigación sobre Chinchón y su entorno del año 2008, del que es autor D. Manuel Carrasco Moreno.)
Los estudios sobre el tema, realizado por varios autores (Rompel, Paz Soldán, Haggis, Hernando y Jaramillo Arango) consideran que todo lo referido a la condesa y su curación con los polvos de la corteza del Árbol del Cuarango es, en palabras del último citado, "una ficción" por no contar con datos históricos seguros en su apoyo y disponer de otros que lo desmienten.
Entre estos últimos merece especial mención el “Diario de Lima” o “Diario del Virreinato de Chinchón”. En cumplimiento de las Reales Cédulas de 16 de diciembre de 1623 y 23 de noviembre de 1631, el Conde de Chinchón y Virrey del Perú encomendó la redacción de un diario de todos los hechos ocurridos durante su mandato al clérigo Juan Antonio Suardo y posteriormente a Diego Medrano.
El primero de ellos, conocido como “El Diario de Lima” abarca un espacio de cinco años, del 15 de mayo de 1629 al 14 de mayo de 1634. Este diario de 196 páginas, del que se hicieron tres copias, fue enviado al Archivo de Indias, y allí fue encontrado por Ruben Vargas Ugarte y publicado en el año 1935.
El diario escrito por Diego Medrano continúa desaparecido y se ignora la importancia de su contenido. Posteriormente se escribió una crónica por Mugaburu que abarca un espacio de 47 años, pero en el que no se recogen datos concretos sino consideraciones más generales.
También merece la consideración un artículo de Manuel Moreyra y Paz Soldán, titulado “Las tercianas del Conde de Chinchón, según el "Diario de Lima" de Juan Antonio Suardo”, editado por Editorial: Lima, Pontificia universidad católica del Perú. PUCP, Instituto Riva-Agüero, 1994.
En sus escritos, Suardo no menciona palabra alguna sobre las supuestas fiebres de la condesa, a las que había hecho mención Antonio Bolli en su carta a Sebastián Bado, por el contrario, el diario permite suponer que, salvo afecciones pequeñas, la salud de la condesa era óptima, con una agenda activa en la sociedad limeña; en cambio, son muchas las referencias de que el conde y su hijo sí adolecieron de fiebres tercianas.
Concretamente nos dice, por ejemplo, que el 10 de febrero de 1630 cae enfermo el Conde y se hace una junta de médicos en la que se acuerda que se le hagan sangrías, con lo que mejora. El 2 de julio de 1630 vuelva a caer enfermo en Conde, ordenando los médicos que se le practiquen nuevas sangrías, llegando la enfermedad hasta el día 12 de este mes.
También nos cuenta que el día 26 de noviembre de 1630, enferma la Condesa con inflamación de garganta y el Conde ordena suspender la corrida de toros que se iba a celebrar ese día.
Como vemos, el cronista sí se hace eco de las enfermedades de los Condes, haciendo mención a las fiebres tercianas de don Luis Jerónimo, y al hablar de la condesa nunca se refiere a esta enfermedad. Además para la cura de las fiebres sólo se menciona el remedio de sangrías y purgas. Se antoja muy raro, por lo tanto, que el diario refiera las fiebres que padecieron el virrey y su hijo sin haber recibido una medicina ya supuestamente probada con éxito en la condesa.
No es menos importante el hecho de que en descripciones de la quina en aquella época, el agustino fray Antonio de La Calancha (1633) autor de "Crónica moralizada" y el padre jesuita Bernabé Cobo (1652), quienes residieron en Perú en la época de los Condes de Chinchón, fueron los primeros en describir desde ese país la cascarilla; notaron sus propiedades curativas "milagrosas" y ninguno de ellos hace mención sobre la relación de esta virreinal pareja con la quina.
Como vemos, el cronista sí se hace eco de las enfermedades de los Condes, haciendo mención a las fiebres tercianas de don Luis Jerónimo, y al hablar de la condesa nunca se refiere a esta enfermedad. Además para la cura de las fiebres sólo se menciona el remedio de sangrías y purgas. Se antoja muy raro, por lo tanto, que el diario refiera las fiebres que padecieron el virrey y su hijo sin haber recibido una medicina ya supuestamente probada con éxito en la condesa.
No es menos importante el hecho de que en descripciones de la quina en aquella época, el agustino fray Antonio de La Calancha (1633) autor de "Crónica moralizada" y el padre jesuita Bernabé Cobo (1652), quienes residieron en Perú en la época de los Condes de Chinchón, fueron los primeros en describir desde ese país la cascarilla; notaron sus propiedades curativas "milagrosas" y ninguno de ellos hace mención sobre la relación de esta virreinal pareja con la quina.
Medio siglo antes, Monardes (1571) y Fragoso (1572) habían señalado una planta propia del Nuevo Reino (actual Colombia y Ecuador), a la que no pusieron nombre. Ellos describieron sus características morfológicas y propiedades astringentes inconfundibles de la quina, así como su utilidad en casos de diarrea, fiebre y cualquier flujo.
Tampoco aparece mención alguna a estos hechos en el amplio informe escrito por el propio criado del conde Diego Pérez Gallego, en el que se recogen los hechos más relevantes “del acertado y prudente govierno que tuvo en los reynos del Perú el Excmo. señor conde de Chinchón, virrey desde el año de 1629 hasta el de 1640, con algunas advertencias para el aumento de la real hacienda y bien común, para que se presente a su Majestad” en donde se detallan los acontecimientos más significativos del mandato del Conde de Chinchón al frente del Virreinato del Perú.
Existe otro documento de gran importancia en el que tampoco se mencionan estos hechos, y está firmado por el mismísimo Conde de Chinchón, es la “Relación que hizo de su Govierno el Exmo. Sr. Dn. Luis Geronimo Fernandez de Cabrera, Bobadilla, y Mendoza, IV Conde de Chinchón, Virrey, Lugar Teniente, Governador, y Capitán General de los Reynos del Perú, Terrafirme, y Chile. Al Exmo. Sr. Dn. Pedro de Toledo, y Leiva, primer Marques de Mancera, su succesor”.
Posiblemente, la única excepción en la literatura histórica sobre este tema, que da por cierta la enfermedad y curación de la virreina es “El Conde de Chinchón” de José Luis Músquiz de Miguel, Jesuita, editado por la Escuela de Estudios Americanos del Consejo Superior de Investigaciones científicas (1945). Se trata de una monografía presentada en la Universidad de Madrid, como tesis para la colación de grado de Doctor en Filosofía y Letras (Sección de Historia), el día 12 de mayo de 1944. El Tribunal acordó concederle la calificación de sobresaliente y al terminar el curso académico la misma Facultad le otorgó Premio Extraordinario de Doctorado.
En las página 31 y 32, dice: “Se sabe que frecuentemente padeció (El Conde) fiebres palúdicas, las famosas tercianas, ya conocidas desde el tiempo de los incas en el Valle de Rimac. Varias veces tuvo que interrumpir sus ocupaciones al sentirse atacado por las mismas e, incluso, en alguna ocasión, llegó creer que moriría de ellas, haciendo testamento, que entregó a su esposa, a la que rogó pusiera siempre el mayor esmero y cuidado en la educación de su hijo Francisco Fausto”. En la nota al pie de página indica que estos datos están sacados de “Las tercianas del Conde de Chinchón. Carlos Enrique Paz Soldán, en la que se hace un estudio médico sobre esta enfermedad.”
Y continúa: “Más conocidas que las del conde fueron las que atacaron a la Virreina en junio de 1631, ya que dieron origen a la difusión de la virtud febrífuga de la quinina. Las fiebres llegaron a ponerla en inminente peligro de muerte , y tanto el médico de la casa del Virrey, doctor don Juan de la Vega, como los demás doctores consultados, dieron por perdida toda esperanza de salvación para la Virreina, la cual no consiguió librarse de su grave enfermedad hasta que tomó unas cuantas dosis de “cascarilla”. Parece que quien hizo el primer experimento de semejante remedio fue un indio, Pedro de Leyva que, atacado por dicha enfermedad, para calmar los ardores de sus sed, bebió agua en un remanso en cuyas orillas crecían algunos árboles de quina. Salvado así hizo la experiencia de dar de beber a otros enfermos agua en la que depositó raíces de quinina, y con su descubrimiento vino a Lima y se lo comunicó a un jesuita, el cual se lo proporcionó a la Virreina, con lo que se extendió la noticia de su poder curativo”.
Sin embargo hay que destacar que el autor no indica con ninguna nota a pié de página de donde ha recogido esta información, cosa no habitual, ya que en todo este trabajo se documentan las informaciones con la aportación de la fuente e incluso, en algunos casos, con los textos íntegros de los documentos. Cabe la posibilidad de que en esta ocasión se “fiase” de las “leyendas” que hasta esas fechas no había sido puestas en entredicho.
Por último, debemos tener en cuenta lo que dice el jesuita Ruben Vargas Ugarte en la introducción al “Diario de Lima”, a este respecto:
“Muy al principio de su periodo ocurrió el suceso que ha contribuido a inmortalizar su nombre y que en aquel entonces apenas tuvo repercusión alguna. Nos referimos al descubrimiento de la quina o cascarilla. La escasa importancia que los contemporáneos concedieron al feliz hallazgo de esta corteza ha sido, a no dudar, la causa de la oscuridad que todavía envuelve la manera como fue descubierta. Suardo, en su diario nada nos dice sobre este punto. A atenernos a la versión más común y mejor fundada, la enfermedad de la Virreina fue la causa de que las propiedades del maravilloso febrífugo fueron conocidas. El hecho de haber venido por tierra, atravesando los valles de la costa, en donde aún ahora es endémico el paludismo, nos hace sospechar que fue entonces cuando contrajo la dolencia. Ahora bien, la Condesa hizo su entrada en lima el día 19 de abril de 1629 y solo un mes más tarde comienza la relación de Suardo. Bien pudo acaecer la curación de la ilustre paciente en ese tiempo y así se explica el silencio del cronista, fuera de que por la ninguna resonancia del caso el pasarlo por alto no debe excitar nuestra atención.”
En este punto nos debemos hacer una pregunta: Si la Virreina utilizó el remedio de la quina para curarse de sus fiebre, ¿cómo no lo mencionan en sus escritos ni el cronista oficial del Virrey Juan Antonio Suardo, ni su criado Diego Pérez Gallego, ni el mismísimo Conde, cuando dejó constancia de los hechos más importantes de su reinado?
Y hay dos respuestas. La primera que no es cierta la leyenda de la curación de la condesa, y la segunda, que siendo verdadera, ellos no dieron importancia a esta información, porque realmente no eran conscientes de la trascendencia del descubrimiento.
Por tanto, considero que pudo haber algo de verdad en la curación de la virreina, pero que no se le dio entonces demasiada importancia, y que solo años después y con ánimo de promocionar la comercialización y consumo de este producto, se fue adornando la noticia con todos los elementos propios de la leyenda.
Después y aceptando las versiones de la época, en el año 1742 el famoso naturalista Carl von Linnè o Linneo (1707-1778) en su obra “Genera Plantarum” bautizó con el nombre de “Cinchona” o “Chinchona” al árbol de la quina, sacralizando la intervención de la Condesa de Chinchón en su descubrimiento, y mucho después llegaría su utilización como argumento para bellas historias y poemas literarios.
El busto de Linneo se encuentra en el Jardín Botánico de Burdeos, y está realizado en bronce por Lucie Jeffré.
(Estracto de uno de los capítulos del trabajo “De cómo don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Babadilla y doña Francisca Enríquez de Rivera, Condes de Chinchón y Virreyes del Perú, intervinieron en el descubrimiento de la quina”, que obtuvo el 2º premio en el Concurso de Investigación sobre Chinchón y su entorno del año 2008, del que es autor D. Manuel Carrasco Moreno.)